El teatro es una de las expresiones artísticas más puras. Es donde el actor se enfrenta con todos sus sentidos, y a partir de allí, logra expresar emociones que se comparten. El público, siempre receptivo, sabrá captar la intensidad de todo lo que sucede.
¿Por qué esta introducción? Porque precisamente en” Piaf”, todo sucede de una manera feroz e insoslayable. La voracidad de cada escena nos introduce a una experiencia inusual. Como si se tratara de una película en vivo, las escenas, transformadas en secuencias inalterables, se suceden unas a otras sin darle respiro al espectador.

La exquisita dirección del británico Jamie Lloyd, tiene un ritmo inusual que trasciende por su minuciosidad estética. El diseño de luces de Neil Austin comparte, junto a todo el elenco, la premisa de compartir sensaciones: Fuerza y decadencia. Dolor y majestuosidad. Y Elena Roger, ganadora del premio Lawrence Olivier a la Mejor actriz en Inglaterra – cuando la misma obra se estrenó en el año 2010- trasciende los límites de lo humano. Su versatilidad es inmensa. Interpreta a Edith Piaf con un compromiso avasallante.

Desde su juventud hasta su último suspiro. Interpretando sus canciones más emblemáticas y dejando, en cada una de ellas, como lo hacía el propio Gorrión de París, jirones de su propia existencia. La transformación física es otro punto para destacar. Su omnipresencia escénica se disfruta tanto como el desgarro de su decadencia .

El elenco que construye este suceso tiene la responsabilidad de estar a la altura de su protagonista: Julia Calvo sostiene con firmeza un rol que la consagra al igual que Rodrigo Pedreira – impecable -, Natalia Cociuffo – imponente con su Marlene Dietrich- e Ivan Espeche. Es notable como Diego Jaraz –con su acentuada versatilidad- Angel Hernandez, Eduardo Paglieri, Romina Groppo,Martin Andrada , Gustavo Guzman , Federico Llambi y Nacho Perez Cortez han encontrado su propio espacio y establecer momentos inolvidables dentro de la intensa – y corta, falleció a los 46 años- vida de Piaf.

La dirección musical de Carlos Britez sintoniza con la perfección del acordeón de Gabriel Abramovici y el músico alternante Hernán Matorra. Más que un espectáculo en sí mismo, estamos frente a una obra de arte. Y como tal, debe ser mirada con detenimiento, entendiendo que cada detalle, cada una de las acciones, están inmersas en la grandeza de lo imperceptible. Porque lo que uno ve, y se muestra en esta pieza, atraviesa el corazón. Imposible no conmoverse. Imposible no verla.
Por Héctor Maugeri
(@hectormaugeri)







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