Su metro ochenta dos, su físico torneado, perfecto, su rostro anguloso, piel blanca, ojos de clarísimo azul y su cabello dorado, lacio, delgado, la distinguen de lejos como la típica “alemanita fría y calculadora”. Sin embargo, sólo unos pasos hacia ella bastan para descubrir que Ingrid Grudke (38) muy lejos está de esas gélidas características germánicas. Con su luminosa sonrisa y abrazo cálido comienza a romper con todas las reglas. Le gusta definirse como una misionera fuerte, avasallante, rebelde —“a veces una india”, reconocerá después— y trabajadora incanzable. A lo que ahora, muy segura, también agrega “Y, enamoradísima...” Y sólo basta cruzarse con su mirada para comprobar que está atravesando uno de sus mejores momentos. “En mi trabajo siempre fui por todo. Nunca me frenó nada. Como un torbellino. Y así también soy en mi vida. Me arriesgo por lo que me gusta y siento, sin pensar en reglas o consecuencias. Y así lo hice en este amor que me sorprendió cuando menos lo esperaba...”, dice sin poder evitar sonrojarse. Es que es la primera vez que se permite hablar de este amor, desde junio de 2014, cuando comenzó a conocer a ese señor que la invitaba a comer y ella no sabía muy bien quién era. Cristóbal López (56), empresario relacionado al petróleo, los medios de comunicación, el aceite de oliva y el cordero patagónico. Hincha de San Lorenzo, divorciado, padre de dos hijos, canoso y de un metro ochenta y dos de altura. Hoy, su novio oficial. Su pareja. Su compañero. Su hombre.
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