Está plena, y no es para menos. Casi en simultáneo, Cristina Pérez (42) hizo una doble presentación: por un lado, lanzó su primera novela, “El Jardín de los Delatores” (Penguin Random House) y por otro, oficializó su noviazgo de seis meses con el empresario sojero, (54). “El ama lo que hace y yo también, eso nos une mucho”, confiesa la multifacética conductora de Telefe, quien admite que la pasión es un puente que unió ambos mundos.
—¿Cómo se inició en el periodismo?
—Era una nena y jugaba a ser periodista. Tenía la vocación clarísima. La comunicación, la palabra y el periodismo todavía los relaciono con lo lúdico. Nunca perdí la ilusión de ese momento de la vida en el que uno sueña. Todavía vivo como que se me hizo realidad un sueño y tengo que estar a la altura de las circunstancias. Es como algo mágico, de vivir con mucho regocijo algo porque sentís que es un gran acontecimiento. Eso me ayuda a empezar de nuevo y a valorar las cosas diarias del oficio.
—Dentro de esa vorágine, ¿cómo hace para sentarse a escribir?
—Para la novela, estuve un año y medio en el que no hubo un día sin que escribiera. Antes de contaminarme con la realidad, escribía. Lo hacía a la mañana y tuve mucha disciplina. Tenía que tener una dimensión antes de entrar a los diarios o al trabajo mío de periodista. La historia ocurría en un lugar inconciente de mi cabeza y bajaba sin interrupción entre mi cabeza y las teclas.
—Aunque suene como un contrasentido, ¿la creatividad necesitaba ser disciplinada?
—La historia se te va ocurriendo en formas que percibís y que no percibís. Trabajé con un argumento pero había que encarnar a los personajes. En un punto vos seguís a tus personajes. Era interesante que yo dispusiera parte de tiempo para que eso saliera y fuera muy vivo e intenso al momento de escribirlo. Lo encapsulaba para que saliera ahí.
—Es una ficción con mucho de realidad…
—Cuando los periodistas hacemos ficción cruzamos muchas temáticas de realidad. A veces nos sabemos cosas que sabemos y salen por algún canal que liberás por el hecho de no estar haciendo periodismo. Entregué el libro en diciembre de 2014 y en enero de 2015 estalló el caso Nisman, convirtiendo el espionaje en el tema noticioso del año. Es la dimensión del poder desnudo, donde actúa al margen de la ley, donde se mezclan las venganzas personales con lo que debería ocurrir que es dedicarse a la inteligencia para preservar la seguridad de los habitantes, donde se persigue al opositor y se utilizan los recursos de la autoridad para preservar el poder; y en un mundo donde en forma creciente todo se vuelve trasparente por las nuevas tecnologías. Esa es la temática del libro, un gobierno que ejecuta espionaje masivo sobre los ciudadanos y, en este caso, tiene como objetivo una red de ciudadanos globales en un futuro cercano. Me sorprendió mucho porque yo no lo adiviné pero de alguna manera hubo algo premonitorio porque estamos en contacto directo con la realidad y cuando nos acercamos a la ficción nos permite ver cosas que no vemos en el día a día. La licencia de la ficción te permite echar luz sin que te des cuenta. El libro está cruzado por la historia de la película Casablanca, que remite a Francia. El primer capítulo del libro de hecho se llama La Marsellesa, donde en Francia ganó la extrema derecha. Después de los atentados en París es seguro que gane la extrema derecha. Es imposible que los periodistas nos liberemos de la realidad, incluso cuando hacemos ficción.
—¿Cómo conviven la escritora y actriz con la periodista y conductora?
—Está todo ligado por el mundo de las palabras, es el punto donde se cruzan los caminos. Es la palabra con fines creativos, la palabra hecha ficción en el teatro, la palabra encarnada en el cuerpo, la gestualidad para comunicar lo verdadero en las noticias, la palabra para ser preciso, contundente, crítico, pero siempre la palabra. Ahí se une todo, es donde encuentro no discordia, sino una especie de armonía. Tengo mucha vocación artística, entonces era imposible que no buscara eso. Tenía una deuda pendiente que empecé a saldar después de los 30; te lo pide el alma.
—¿A qué se debe su constante cambio?
—Soy muy inquieta y me encanta aprender. Entonces no me quedo con que logré algo y ya está, siempre hay algo por aprender, está ligado a como soy. Hay una energía de futuro en mí, de acción, de ver qué más. No planteo las cosas en relación de si va a ser un éxito, no me importa si algo puede salir bien. Los fracasos o lo que no sale bien es una fase del progreso. Soy muy positiva y optimista. En el barro siempre encuentro algo.
—¿Es autoexigente?
—Muy autoexigente. Tengo una escala de competencia conmigo misma muy fuerte, con placer. Soy muy apasionada y es ahí donde busco mejorar y hacerlo bien.
—¿Es enamoradiza?
—Decir enamoradiza es que una se enamora todo el tiempo. El amor te toma por asalto, es inevitable cuando ocurre, no es algo que uno decide, te atraviesa y tiene que ser así. El amor te destrona, porque decide por uno, te
desacomoda, te hace cambiar, te muestra el mundo con otros colores y no depende de uno. A veces ocurre en los lugares y con las personas más impensadas. Soy una agradecida porque me entrego cuando amo y siempre el amor te hace mejor persona, te mejora. El amor te permite humanamente lograr estadíos personales que no te los puede proveer nada.
—¿Cómo es enamorarse después de los 40?
—Soy muy plena con las cosas que hago, entonces eso hace que me convierta en una persona más exigente. No pongo mis expectativas en la pareja, entonces como tengo mucha plenitud por mi trabajo, por la vocación artística y muchas actividades, no es que para ser feliz busco casarme y tener hijos, entonces cuando viene el amor es el amor por el amor, y no como un sustituto de vacíos personales. No es el amor como el remedio a lo que no tengo porque no logré una vida propia. Cuando viene un amor es una celebración. Eso hace que lo viva con muchísima intensidad y sin pedirle cosas que no tienen nada que ver con él.
—¿Le cuesta dejar de lado su individualidad?
—No, para mí es hermoso poder amar. Uno cuando ama no resigna cosas. Porque lo querés hacer, no hay otra opción. Se convierte en algo que es pleno.
—Definió a su pareja como el Steve Jobs del agro, ¿cuán importante es admirar a la persona que uno elige?
—Gustavo es un ser único porque combina una inteligencia muy poco común, de niveles muy superiores a los ordinarios con una sensibilidad y una sencillez muy grandes, entonces no hay manera de que no te cautive. Por un lado, tenés lo imponente de su cabeza y su pensamiento y cómo te genera chispitas cuando lo vas escuchando y, al mismo tiempo, tiene una cosa envolvente humana que te conmueve. Cuando uno se encuentra con gente tan inteligente, lo más común es que sea soberbio o ponga cierta distancia, pero en este caso es una persona que tiene la simpleza del que abraza, del que acompaña, del que es cálido, y a su vez, su inteligencia es muy impactante, así que me que deja chiquita a su lado. Y mirá que yo soy una persona que intelecutalmente me gusta desafiar, puedo dar una discusión y soy brava en ese sentido, pero es como que él me impacta. Eso es imposible que no me cautive, porque me llega desde lo sensible por lo artístico que él tiene, desde lo humano, y también por lo intelectual. Me quedo muda a su lado.
—¿Lo esperaba?
—No, estaba re bien. Una semana antes de conocerlo le dije a una amiga que estaba tan bien sola... A la semana siguiente fuimos a comer con él y quedé dando vueltas porque no me esperaba que me generara esto.
—Grobocopatel es un hombre poderoso, ¿el poder atrae?
—He tenido parejas de distintos estratos, que ganaban menos que yo, que ganaban más que yo, que hacían un trabajo más o menos importante o reconocido, y nunca me importó eso, porque en el amor son dos personas que se desnudan de cuerpo y alma. Está ahí la cosa, no está afuera, lo de afuera es una foto. Pero el amor es el momento en que te despojás y queda lo esencial.
—¿Cómo lo conoció?
—Lo conocía de antes porque somos figuras públicas y habíamos hablado, pero había una distancia obvia. Pero me pasó que me llegó una invitación a uno de sus recitales, ya había recibido varias, y en un mes me llegaron tres. Las envió él personalmente y le pedí que me recomendara uno de los tres conciertos. Me recomendó uno y estuve a punto de no entrar. Por suerte vi a una colega periodista y me quedé. No lo podía creer cuando lo escuché cantar, es tenor, ¡canta hermoso! Y estudia canto hace 30 años. Antes venía de Carlos Casares a Buenos Aires sólo para tomar clases.
—¿Los une la pasión por lo que hacen?
—El ama lo que hace y yo también, eso nos une mucho. Y está buenísimo porque si él no fuera apasionado en lo que hace no entendería que yo fuera apasionada en lo que hago. Solamente el que es apasionado puede comprender la entrega por algo. En cambio yo siento que en ese sentido, los dos celebramos lo que es el otro y nos convertimos juntos en algo más.
—¿Cómo organizan sus agendas para verse?
—Hacemos malabares. El se levanta re temprano y yo soy más nocturna, entones hacemos algo de equilibrio y nos sale bien, porque hay amor.
—¿El haberlo conocido puede cambiar su idea de no ser madre?
—No, estoy feliz disfrutándolo a él, quiero eso. Mi fertilidad está puesta en las cosas que hago, no tengo vocación de mamá, tengo vocación de todo lo que hago y me imagino así después de los 70 años. Y sí, lo que me gusta es disfrutar, estoy con un hombre que es como mirar el sol y me gusta disfrutarlo, acompañarlo y dejarme acompañar. Me siento muy celebrada como mujer así que esto me parece tocar el cielo. La vida nos da estos momentos y oportunidades de sentirnos plenos como seres humanos. No puedo pedir más, no hay planes, “siempre soy”, como digo yo.