martes 10 de diciembre del 2024

Historias de coaching: Gabriela.

Gabriela dejó todo por seguir sus sueños del otro lado del mapa, pero lo que ocurrió la dejo en una posición compleja. Inició un proceso de coaching y se encontró con sus mejores recursos. Galería de fotosGalería de fotos

Historias de coaching: Gabriela.
Historias de coaching: Gabriela. | CREDITO CARAS
CREDITO CARAS

Gabriela se separó hace unos años.

Con dos hijas preadolescentes, se dedicó a hacer las mejores tortas.

¿Las mejores tortas? (Esa es una opinión, hay que fundamentarla). ¿Bajo qué estándar?... Es broma, son riquísimas! De modo que no tardó en transformar eso que la apasionaba en un emprendimiento.

Sin embargo, decidió mudarse a Madrid. Necesitaba un cambio y su hermano le había propuesto un negocio. Vendió todo y se lanzó a la aventura, pero cuando llegó allá, el muchacho había hecho un pequeño cambio y se había olvidado de avisarle. El dinero que invertiría en el negocio lo utilizó para casarse!…y en otro país, casi lo mismo!

Por suerte la invitaron a la fiesta!

Y allí estaban Gabriela y sus niñas en otra ciudad, en otro país. Decepcionada con su hermano, sin trabajo, sin proyecto.

Pidió Coaching; se hallaba en una situación que requería este proceso. Por un lado su porvenir se presentaba como mínimo, atemorizante, quería alcanzar una meta que sola aún no podía lograr, y sentía la necesidad de recuperar la relación con su hermano, pese a lo que había sucedido.

Y así, entre el asombro, el enojo, la preocupación y el dolor, comenzó el proceso.  Conversamos, se estableció una relación que permitió indagar con apertura y confianza sus emociones; por supuesto, fue por donde comenzó.

Ellas nos disponen para la acción, y hacemos en coherencia con ellas. Su campo de posibilidades se encontraba limitado.

Logró abrazar cada emoción. Mirarlas y descubrir lo que cada una venía a contarle. Autoconocerse para aprender a ser compasiva consigo.

Se dio cuenta que habían faltado conversaciones, que no había hecho los pedidos necesarios, que había confiado sólo por un acto de fe y no como una construcción respaldada en acciones, en historia, sinceridad.

En cada sesión de coaching, se comprometió con construir un nuevo futuro, y en que sus cambios fueran permanentes. Trabajó sin parar. Diseñó una meta y la fragmentó en pequeños pasos que cumplió uno a uno. Entre ellos obtener el título de pastelera en una prestigiosa escuela.

Había quemado las naves, como cuenta la historia, había asumido que iría por su sueño con todo lo que implicara, sin retorno.

Hace un mes me llamó para contarme que había conseguido el trabajo que desearían muchos maestros pasteleros: Ser la pastelera encargada de un certamen de cocina famoso en el mundo.

Felicidad total. Compartimos la alegría y confieso que lloré. ¡Lo había logrado!

Hace dos semanas recibí un WhatsApp desesperado: “Lili, necesito una sesión de coaching, por favor, hoy mismo”.

Y ahí nomás escuché que de la felicidad de unos días antes no quedaba ni la primera letra. Estaba estresada, sintiéndose una inútil, desorganizada y, encima, había quemado una crema inglesa de 32 huevos y casi se la comen los organizadores frente a todos.

¡La vida misma!

Conversamos; ella se considera una excelente pastelera, y teme perder la oportunidad que tanto había deseado. Me decía que su jefe la persigue y mira con ojos diabólicos y nadie, nadie la ayuda.

Le pregunté qué creía que pasaba. “Son unos desorganizados”, me contestaba; “no se puede trabajar así”.

El coaching trabaja sobre la distancia que existe entre la situación actual y la deseada. Y para alcanzar los objetivos, es condición cambiar el observador que somos.

Este observador es el resultado de la historia personal, la biología, el contexto donde actuamos; para cambiarlo necesitamos revisar y hacer algo distinto. Resulta incómodo por momentos, pero es desafiante y entusiasma, porque la persona que consulta va reencontrándose con sus potencialidades.

A Gabriela le costaba hacerse cargo de sus responsabilidades; la “culpa” era de los otros.

Le propuse que jugáramos, que hiciéramos un role play. Ella sería la responsable de toda la producción y de todo lo que ocurría en el certamen. Le pedí que se tomara unos minutos y pensara que era de verdad la encargada.

Gabriela resultó ser una jefa aún más nerviosa y de pronto se puso a reír. Se puso en los zapatos del otro y entendió que ella era parte de un sistema que debía funcionar en la inmediatez con excelencia.

Lo que siguió: eligió tomar las riendas y asumir su protagonismo; ella estaba ahí para hacerse cargo de los dulces.

Era su oportunidad me dijo: “Sé hacer buenas tortas, pero no sé nada de organizar una cocina y un certamen, tengo todo para aprender”. ¿Qué acciones podemos diseñar?, le dije.

Y decretó: “Quiero ser la protagonista de esta historia. Aprenderé lo que sea necesario”.

Tuvimos sesión ayer. Me dijo: “estoy más cerca de mi sueño, tengo mucho por revisar y diseñar”. Y nos pusimos a conversar.

Gabriela comenzó el proceso de coaching en una situación extrema. Se sentía una víctima pero decidió hacerse cargo y responsabilizarse por lo que ocurría y por lo que haría con su vida.

Se comprometió con el cambio y revisó cada idea o creencia que creía limitaban sus posibilidades y en cada conversación fue encontrando un recurso, un pedido para hacer, una posibilidad de hacer algo diferente. Transformó una situación amenazante en un enorme desafío para hacer de su vida una vida valiosa.

Les comparto su historia porque me inspira y creo que inspirará a otras personas que enfrentan dificultades o aún no logran aquello que les hace sentido.

Gracias Gabriela por regalarnos tu historia.

Llevar adelante un proceso de coaching es conectar con lo esencial en cada uno, descubrir potencialidades y hacer que otras cosas pasen.

Si algo de lo narrado te resuena, te invito a tener una breve entrevista on line para conversar acerca de tus dudas y necesidades.

 

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