Los Alvear y los Pacini eran —como Amina y Elvino, los protagonistas de una reconocida ópera italiana— familias que provenían de estratos sociales muydiferentes, de lugares del mundo alejados y con aspiraciones tan sobresalientes para sus hijos, que nadie, ni de un lado ni del otro, veía con buenos ojos una unión posible.Pero se acerca San Valentín y contar una historia de esas en las que el amor todo lo puede, es el mejor plan. La del presidente argentino (1922-1928) y la afamada soprano portuguesa es una de esas.
Marcelo Torcuato de Alvear era muyapuesto. Fue uno de los primeros automovilistas del país y solía reunirse en la confitería El Águila con sus amigos para soñar el futuro de Argentina, que comenzaba a ser una gran atracción económica y socialpara el mundo. Frecuentaba todas las fiestas de la alta sociedad y con su fabuloso estirpe, era el mejor partido para cualquier señorita que buscara posición, dinero y al galán más codiciado de la Belle Époque de Buenos Aires.
Marcelo T. de Alvear había heredado una fortuna descomunal por parte de los Alvear y a eso se sumaba el patrimonio de su madre, Elvira Pacheco. El hombre tenía un gran futuro político y como quien dice, el mundo en sus manos.
Regina Isabel Luisa Pacininació en Lisboa y estudió canto en París. Se convirtió en una soprano a la que reyes y presidentes, zares y los más exigentes críticos musicales elogiaban por sus actuaciones en los teatros del mundo. Era especialmente destacada su representación de Amina, la protagonista de «La Sonámbula», de Vincenzo Bellini. Cuando interpretaba a la enamorada Amina, el público redoblaba los aplausos de pie y Regina demostraba su excelencia con la naturalidad de sus dones. La cantante también tenía el mundo a sus pies.
Pero en 1899 llegó al Río de la Plata. Se presentó en el teatro Solís de Montevideo y en el Politeama de Buenos Aires. De todos los eventos que frecuentaba, el espectáculo que más disfrutaba Marcelo, era la ópera. Y cuando ella salió a escena, conquistó de inmediato al público rioplatense.Sentado en un lugar preferencia, primero en el Solís y dos días más tarde en el Politeama, sintió que su corazón desbordaba de emociones y Marcelo supo que ella, la que cantaba con voz de trino y traspasaba el escenario con su energía, tenía que ser suya.
Fue amor a primera vista. Historiadores y estudiosos de la pareja coinciden en que a partir de ese momento Marcelo no descansó hasta convencerla de sus intenciones.
Los primeros pasos erráticos lo envalentonaron más. Alvear estaba acostumbrado a que le dijeran que sí, a lograr todo lo que se proponía y el día que la madre de Regina le cerró la puerta del camarín en la cara, aduciendo que «era muy alto» para acercarse a su hija, lejos de amedrentarse, le envió un costoso regalo, firmado con las iniciales MTDA. El regalo fue devuelto a su dueño sin mayores explicaciones.
Así que Marcelo redobló la apuesta. Compró entradas a los principales teatros del mundo: Covent Garden de Londres, Teatro Real de Madrid y la Scala de Milán. Cada vez que Regina salía a escena, ahí estuvo Marcelo durante ocho años para decirle su amor. Llenaba los camarines de rosas blancas y rojas como símbolo de la pasión y pureza que iba in crescendo para el argentino que no recibía la respuesta esperada.
Marcelo procuraba encontrar a la joven en lugares comunes e intercambiar palabras que los acercaran. «La siguió por toda Europa comprando todas las localidades de los teatros en los que ella se presentaba, para tener el privilegio de oírla y verla cantar sólo para él».
Un amor íntimo, sin beneplácitos, casi prohibido,florecía entre ellos. Finalmente, en el teatro real de San Carlos de Lisboa, en la tierra de Regina, ocurrió. Esa noche, la segunda de una exitosa presentación, Regina salió a escena y descubrió el teatro vacío. Un aplauso solitario la conmovió, y la voz seductora del argentino resonó: ¡Hoy cantas para mi!. Marcelo Torcuato de Alvear había comprado todos los tickets de la función para decirle a su amada que quería compartir toda su vida con ella. Regina dijo sí.
Y se casaron en Portugal, en 1907 contra viento y marea. Ni la familia de ella, ni la alta sociedad porteña estaban de acuerdo con la celebración de ese matrimonio. Pero al igual que Amina y Elvino, pudieron demostrar al mundo que su amor era más fuerte.
Ni siquiera un telegrama urgente llegado de Buenos Aires, con más de quinientas firmas en oposición al casamiento pudo disuadirlo.
En «La sonámbula», Amina se despierta la amor, y en esta historia fue el mundo que los rodeaba el que tuvo que abrir los ojos. Porque para ellos dos, para Marcelo y Regina, el futuro presidente de los argentinos y la afamada soprano, todo estaba claro. Iban a desafiar al mundo para estar juntos.
Por Diana Arias - Escritora