Más que un privilegio para Florencia Kirchner (25) ser la hija presidencial siempre fue un estorbo. Es que la década de sus padres, Néstor Kirchner y Cristina Fernández (62), en la cúspide del poder, condicionaron su adolescencia, poniéndole límites a una etapa de transgresión. Con apenas 13 años, el 25 de mayo de 2003, pisó por primera vez el balcón de la Casa Rosada para la asunción de su padre. El evento que para muchos representa un momento histórico, para ella significó un límite: de ahí en adelante, la figura de una tutora se ocuparía, sin demasiada suerte, de calzarle el corset protocolar, y cinco custodios seguirían de cerca cada uno de sus pasos.
“Flor” libró varias batallas para vivir como una chica normal. La primera fue virtual. En pleno auge de las redes sociales, se dio a conocer al mundo bajo el seudónimo “florkey”, en un blog desde el que compartía fotos de sus salidas con amigas y, claro, de sus primeros amores. Sus válvulas de escape cibernéticas duraban poco. Era cuestión de que algún medio publicara una imagen suya con alguna bebida alcohólica para que se viera obligada a cerrar sus cuentas. Quien ponía los límites era su madre, por entonces senadora nacional. El desencuentro entre Florencia y Cristina era constante y visible: la chica no respondía a las fuertes exigencias que le imponían en su casa. Los ritmos de la política no coincidían con la vida que quería hacer. Se llevaba materias en el colegio, no cuidaba su imagen y le gustaba trasnochar. A medida que creció, los veranos fueron otro tema de conflicto con su mamá. Hacerle entender que las vacaciones en la residencia presidencial de Chapadmalal o en la casa familiar de El Calafate la aburrían y que prefería viajar a Pinamar con sus compañeras de colegio La Salle de Florida, era una misión imposible. Con mucha resistencia, Cristina la dejaba ir, aunque era la crónica de un final anunciado: las vacaciones siempre finalizaban cuando la prensa la descubría, como ocurrió en 2007, a altas horas de la madrugada, rodeada de varones ávidos por frecuentar el círculo íntimo de la hija presidencial.