Sunset Boulevard es uno de los prestigiosos musicales de todos los tiempos. Y el más difícil de interpretar. No sólo por la exigencia de sus partituras, con música del aclamado Andrew Lloyd Webber (“El Fantasma de la Opera”, “Cats”, “Jesucristo Superstar”, entre otros) sino por la intensidad dramática del texto y de la historia que se cuenta: el doloroso ocaso de una diva del cine mudo y la pantalla en blanco y negro, suspendida en sus propios delirios, pretensiones, y anhelos de volver a un lugar que la reemplazó por el sonido y el color.
Es aquí donde la protagonista –en Broadway fue interpretada por la actriz Glenn Close, en 1994 y en el 2016, batiendo todo tipo de récord de venta y con una crítica mundial extraordinaria– Valeria Lynch pone en juego toda su experiencia para construir una mujer perdida en su ambición, miedos y locura. Nadie pone en duda su condiciones como cantante y nadie dudó, jamás, que cantaría las canciones emblemáticas del musical “Whit One Look” y “As If Never Said Goodbaye” como ninguna, pero el tema y la duda, siempre fueron otros.
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¿Lograría Lynch encontrar el matiz desgarrador de Norma Desmond? ¿Atravesaría la platea con la empatía y el desgarro que necesita imprimir un personaje lleno de contradicciones y bipolaridad? Dirigida por el maestro de actores Claudio Tolcachir, que hizo de la pieza una Master Class, Valeria alcanzó el nivel más alto de su carrera profesional. Se atrevió a los riesgos y le puso el cuerpo y el alma. Esto se percibe y se aplaude. La gente sale del teatro devastada por una actuación que está a la altura de las más imponentes del género, incluso Close, Patty Lupone (London) y Betty Buckley, quien la protagonizó en Los Angeles en los ‘90. A su lado, y sin perder el timón de la obra, Mariano Chiesa vuelve a demostrar que no sólo se necesita voz, sino presencia y contundencia actoral. Su relato recorre todos los matices por los que navega este gran musical. Firme, determinante, y con una potencia que golpea es, seguramente, el Joe Gillis que alguna vez imaginó Webber.
Rodolfo Valss, como el abnegado Max Von Mayerling –el mayordomo de la Diva, quien desde su enorme amor la sostiene, aún en la mentira– logra un extraordinario trabajo que se destaca por su avasallante discreción y su arrebatada entrega vocal. De la misma manera, Carla del Huerto, imprime una sofisticada imagen de sensibilidad y romanticismo. Tiene escenas en las que logra lucirse y sobresalir, demostrando, con talento puro y visceral, que estamos frente a una nueva estrella del musical argentino. Pero este Sunset made in Argentina tiene el aporte de una creativa escenografía funcional del reconocido Jorge Ferrari, el correcto vestuario de Renatta Schussheim, la precisa y meticulosa iluminación de Mariano Demaria y el sonido de Gaston Briski, sin dudas, uno de los mejores y de los que más entienden en el tema.
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La dirección musical de Gerardo Gardelin no tiene nada que envidiarle a la versión de Londres o Broadway. Se siente, y se escucha, un enorme respeto por las partituras y las canciones que Elio Marchi adaptó con un lenguaje lleno de poesías. Las coreografías de Elizabeth de Chapeaurouge le aportan una agiornada estética corporal a un ensamble que está a la altura de este boulevard.
Con producción de dos hombres que aman el teatro y apuestan a la cultura nacional Lino Patalano y Gustavo Yankelevich, el nivel de precisión y estética está en su punto más neurálgico. En definitiva, en este Sunset, las emociones atraviesan el corazón y acarician, con golpes y dolor, decadencia y perplejidad, el alma humana.