La alimentación desempeña un papel central en el equilibrio de esta comunidad microbiana. Una dieta rica en fibra, proveniente de frutas, verduras, legumbres y cereales integrales, favorece la diversidad bacteriana y estimula el crecimiento de bacterias beneficiosas como los lactobacilos y bifidobacterias. En cambio, una dieta alta en azúcares, grasas saturadas y ultraprocesados puede alterar la composición de la microbiota, reduciendo su diversidad y favoreciendo un estado de disbiosis, asociado a enfermedades metabólicas, digestivas e incluso trastornos del estado de ánimo.
Además, los alimentos fermentados (yogur, kéfir, chucrut, kombucha) aportan probióticos naturales que ayudan a reforzar la microbiota. Por su parte, los prebióticos, presentes en alimentos como la banana, la cebolla, el ajo y los espárragos, son fibras que sirven de “alimento” para las bacterias beneficiosas, potenciando su efecto.
Cada vez más estudios relacionan la microbiota intestinal con la salud mental, debido a la conexión entre el intestino y el cerebro a través del llamado eje intestino-cerebro. Esto refuerza la idea de que cuidar nuestra alimentación impacta no solo en la digestión y el metabolismo, sino también en el bienestar emocional.
En conclusión, mantener una alimentación variada, rica en fibra, alimentos frescos y fermentados es esencial para proteger la microbiota intestinal. Al hacerlo, fortalecemos no solo nuestro sistema digestivo, sino también nuestra salud integral.
Laura Ortega
Lic. en Nutrición MN 12.294
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