Siempre fui una romántica. De niña soñaba con encontrar a ese príncipe azul que me hiciera sentir especial, que me amara incondicionalmente, que luchara por mí, que fuera un amor como de los cuentos con un “Vivieron felices por siempre”.
Sin embargo, a medida que fui creciendo y relacionándome con otros, me di cuenta que no todo era color de rosas, y que muchas de esas ideas que tenía sobre el amor, la pareja y lo que buscaba en ella, eran una ilusión, o mejor dicho una distorsión.
La mayoría de estas ideas provenían de mis necesidades no satisfechas y heridas de la infancia, como también de creencias y mandatos familiares inconscientes. Y así fue que, en éste camino de autoconocimiento y de sanar mis propias experiencias, en lugar de alejarme o volverme una escéptica del amor, me enamoré aún más de él.
Muchas personas anhelan enamorarse y tener una relación plena, pero el miedo a equivocarse, a ser rechazadas, a lastimar o a que las lastimen, las llevan a cerrarle la puerta al amor; a que lo vean como una amenaza a sus proyectos personales e incluso al amor propio que lograron en años de terapia. Confunden erróneamente el esfuerzo y compromiso que implica construir una relación con sacrificio, sufrimiento, pero sobre todo con sus experiencias anteriores que, por lo general, aún duelen.
El amor es una emoción, se siente en el cuerpo, no pide permiso, simplemente se manifiesta. En este sentido amar o enamorarse es fácil, la parte difícil es reconocerlo; es darle lugar a lo que sentimos; es expresarlo; es sostenerlo; es enfrentar nuestros miedos; es mostrarnos vulnerables; es desnudarnos ante un otro, no sólo en cuerpo sino en alma. Y aquí es donde muchos huyen, se bloquean o ponen a la defensiva, no por el otro en sí sino por todo lo que les representa, porque los empuja a enfrentarse a todo aquello que no quisieron ver de sí mismos.
Amar es fácil; lo difícil es no perderse en el camino; es seguir siendo nosotros mismos al compartirnos con un otro; es mostrarnos sin máscaras; es reconocer nuestras sombras y las del otro; es sostener y dejarse sostener; es dar sin desgastarnos, recibir sin abrumarnos o sentirnos en deuda; es comunicar nuestras necesidades y escuchar las del otro; es reconocer que no somos perfectos, que nos equivocamos. Lo difícil es ver que el amor también se construye, que se alimenta día a día y que evoluciona con nosotros.
El amor tiene su parte difícil, compleja o incómoda, diría yo. Implica conectar con el otro, con sus creencias, miedos y desafíos en esta vida, que vendrán a activar los nuestros, porque el amor es eso; un sacudón, una invitación al cambio y a la evolución. Pero entonces, sabiendo a lo que nos enfrentamos, ¿vale la pena enamorarse? ¿Qué ganamos si apostamos al amor?.
Lo fácil no siempre vale la pena, lo difícil o complejo tampoco, pero en este caso lo vale. Invertir en amor (sano y consciente) no sólo es una buena decisión sino que potenciará todo lo que ya somos. Porque un amor de esos no te limita, te expande; no te reprime, hace que te destaques aún más; no te apaga, te enciende; no te aleja de vos mismo, te conecta con versiones tuyas que no sabías ni que existían; te impulsa a ser mejor.
El amor es parte de nuestra naturaleza y espíritu. El cuerpo y el alma anhelan que lo recordemos, porque amar no es más que una manera de volver a nosotros mismos.
DATOS DE CONTACTO
Mail: [email protected]
Whatsapp: +5493454170467
Instagram: @camilabenitezbio




“Mercurio retrógrado” y falta de “asado y vino”: las excusas de los constituyentes santafesinos

Lindsay Lohan (39 años): "Para verme más joven todos los días tomo un jugo a base de zanahoria, jengibre, limón, aceite de oliva y manzana”

Así están hoy Mateo y Rocco Contardi, los hijos de Julieta Prandi de 14 y 10 años
