miércoles 08 de octubre del 2025

AVA NeuroCoach: TDAH en mujeres adultas, entre el caos aparente y la chispa creativa

Durante décadas, el TDAH se redujo a la imagen de un niño que interrumpe, se distrae y no logra adaptarse en la escuela. Ese estereotipo dejó fuera a miles de mujeres que crecimos confundidas, sobreviviendo entre olvidos, hiperactividad interna, críticas constantes y una lucha silenciosa por sostener lo cotidiano.

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El TDAH en mujeres adultas se manifiesta de manera distinta, y por eso tantas veces pasó inadvertido. Mientras los varones eran señalados por “molestar en clase”, muchas mujeres éramos catalogadas como despistadas, vagas o soñadoras. En realidad, hablamos de una condición neurológica que se define por tres pilares: inatención, hiperactividad e impulsividad.

La llamada “inatención” no es falta de interés, sino dificultad para filtrar estímulos. No es que no haya atención: hay demasiada, repartida en veinte cosas a la vez. La hiperactividad no siempre es física. En mujeres suele ser mental: pensamientos que no paran, un torbellino interno que agota aunque estemos quietas por fuera. Y la impulsividad está ligada a niveles más bajos de dopamina, lo que nos lleva a buscar placer inmediato: decir sin pensar, comprar de más, tomar decisiones que luego lamentamos. No es una falla de carácter, sino parte del modo en que funciona nuestro sistema nervioso.

El psiquiatra Ned Hallowell lo resume con una metáfora brillante: “Un cerebro con TDAH es como un Ferrari con frenos de bicicleta.” El desafío no es cambiar el Ferrari, sino entrenar los frenos.

En lo cotidiano, muchas intentamos compensar con agendas, alarmas, post-it. Y, sin embargo, no siempre funcionan: la alarma suena justo cuando estamos ocupadas y la ignoramos; anotamos demasiado sin medir el tiempo real; o directamente nos olvidamos de anotar. ¡¡Y lo que no está escrito, no existe!!  Así se pierden turnos médicos, actos escolares o citas que se superponen en la misma franja horaria.

Lo vivo cada día. Una vez, después de salir del médico, debía hacer un trámite con la prepaga, que tiene oficina dentro de la misma clínica. Lo olvidé y terminé manejando quince cuadras al centro con un tráfico insoportable. En aquella otra oficina me dieron seis indicaciones orales que se esfumaron al instante; pedí que me lo escribieran, lo que no cayó muy bien. Y al salir, con el papelito en la mano, y aún muy confundida ya no recordaba dónde había dejado estacionado el auto. Todo ese estrés, que ni siquiera tendría que haber existido, fue producto del modo en que funciona mi atención.

El desorden también es parte de esta historia. Cuando algo no tiene un lugar fijo, basta con dejarlo “provisoriamente” en cualquier lado para que desaparezca de mi radar. Lo mismo al salir de casa: llaves, documentos, materiales de trabajo, siempre hay algo que queda atrás, o dependo de los mil y un checklist.  Es un desorden externo que refleja la desorganización interna, y que a simple vista parece descuido, pero en realidad es una forma distinta de procesar la vida.

Incluso en la cocina aparece esta dualidad. Con mi marido tenemos un pacto: si la comida requiere una hora de elaboración, se encarga él, porque yo me distraigo y... dalo por quemado! Pero si hay que resolver en quince o veinte minutos, ahí entro yo. En ese poco tiempo puedo improvisar, combinar y sacar —como quien dice— conejos de la galera. Esa inventiva y capacidad de improvisar soluciones rápidas es una de las fortalezas más grandes que me dio mi manera de funcionar.

El costo invisible del TDAH en mujeres son los juicios externos: “sos desordenada”, “sos irresponsable”, “sos inmadura”. Pero lo que realmente ocurre es que nuestras funciones ejecutivas —las que regulan la acción, priorizan y organizan— trabajan de otro modo. No es falta de voluntad: es una diferencia neurológica. Por eso tantas mujeres reciben diagnóstico recién en la adultez, después de años de culpa y de autoexigencia.

Aquí aparece algo esencial: en el TDAH también hay variables e invariables. Algunas cosas pueden entrenarse y mejorar con herramientas: la organización, la gestión del tiempo, las habilidades sociales. Pero hay otras que no cambian, porque forman parte de cómo funciona nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso. Allí es donde necesitamos apoyos externos: delegar, pedir ayuda, generar sistemas y redes que sostengan lo que solos no podemos.

Porque el TDAH no es solo dificultad. También trae fortalezas: creatividad, intuición, espontaneidad, capacidad de improvisar, pensamiento divergente. Esa energía distinta nos permite encontrar soluciones originales y contagiar entusiasmo. Son cualidades que, bien acompañadas, pueden convertirse en un motor poderoso.

Hablar de TDAH en mujeres adultas es sacar a la luz lo que durante años se llamó “desprolijidad” o “falta de voluntad” y reconocerlo como lo que es: una forma distinta de procesar la vida. Y cuando lo entendemos, dejamos de reprocharnos lo imposible y empezamos a entrenar nuestros frenos para conducir ese Ferrari que siempre estuvo ahí.

 

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