Diciembre es un mes bisagra y difícil, por un lado, se inicia con el desafío de poder terminar con aquellas actividades que transitamos durante el año, que incluyen metas de conclusión y espera de resultados (los exámenes, proyectos o presentaciones). Esto produce intensa actividad mental y física, y nos hace sentir adrenalina y estrés. La exigencia, muchas veces, sobrepasa lo soportable y aparecen diversos síntomas de agotamiento, cansancio, y hasta de tensión agresiva. La presión, si es en cierta medida, ayuda a superarnos, pero si se pasa de raya, nuestro cuerpo (cuerpo-hablante, como decimos los psicoanalistas ya que incluye lo mental) nos cobra la factura.
A este período se le suman las fiestas de fin de año que pueden conmovernos de pies a cabeza: no sólo las típicas situaciones de con quién y dónde pasarlas, sino que abren un abanico de sentimientos profundos, que no siempre son fáciles de sobrellevar, y generan disputas imaginarias dentro y fuera de la familia. Se mezcla la alegría de la fiesta y el encuentro, con la tristeza por lo que se perdió o ya no es parte de nuestro presente. Se cuelan las pérdidas del pasado, los recuerdos infantiles, las llegadas y despedidas, y muchos otros sentimientos que pueden sumergirnos en un torbellino de emociones.

El fin de año también nos interpela en lo más íntimo de nosotros mismos, el famoso balance: qué alcanzamos, qué faltó, las broncas porque somos humanos y seguimos repitiendo los mismos errores una y otra vez, las satisfacciones por los pequeños o grandes logros. La proyección al futuro: lo que nos proponemos cambiar, las listas de deseos y metas.
A esta intensidad, puede seguirle el encuentro con cierto vacío, que en muchos casos es muy difícil de transitar, que llega con el final de las fiestas y en la entrada del verano, justamente cuando aparece el tiempo del ocio. Darle lugar a la palabra en un contexto de análisis puede ayudar a apaciguar estos síntomas y reducir el malestar.
En fin, se trata de una etapa muy rica y compleja, donde se entrecruzan muchas vivencias y sentimientos que nos movilizan profundamente. Es delicada, puesto que involucra toda nuestra existencia: el pasado, el futuro y un presente que nos interpela. ¿Si en cambio pensáramos este momento como un puente de unión dentro de un proceso vital y no tanto como un corte cargado de exigencias y demandas?
Un espacio terapéutico nos puede brindarla posibilidad de atravesar estos tiempos difícilescon mejores herramientas y recursos novedosos.
Lic. Laura Fangmann | Psicóloga y psicoanalista
Atención virtual y presencial (San Isidro)
@psicologialf
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