Supo ser la heroína de más de una treintena de telenovelas desde que debutó con sólo 9 años en la histórica “Jacinta Pichimahuida”. También fue la seductora rubia que acompañó en el cine, entre otros grandes a Sandro, en algunas de las once películas que la cuentan en su elenco. El teatro la tuvo en innumerables obras entre sus protagonistas y su último gran éxito lo logró personificando a Elena Bandi en la novela “Dulce Amor”. Sin embargo, desde hace un largo tiempo nadie sabía nada sobre la vida de María Valenzuela. En 2015 se cargó la mochila y recorrió el país con el unipersonal “Se Nos Fue María y Mi Vida Es Un Caos” y luego comentó en su íntimo entorno que se instalaría durante un tiempo en el campo (en la zona de Luján) para dedicarse por completo a cumplir su viejo sueño: un hotel-restó en medio del verde, en el que invirtió casi la totalidad de sus ahorros. Y hacia allá partió. Sin nada más. Sola. Sus hijos, Malena —quien en 2003 padeciera un ACV—, Juan y Julián (fruto de su unión con Juan Carlos “Pichuqui” Mendizabal), ya tienen sus respectivas parejas y sus vidas organizadas.
“La depresión se puede describir como el hecho de sentirse triste, melancólico, infeliz, frustrado, abatido, derrumbado. Es un trastorno del estado anímico que interfiere con la vida diaria...”, aseguran los especialistas en salud mental. Y así se encontraba María. El 20 de agosto un amigo entrañable de la vida, Gaspar Mullet falleció y la actriz terminó de hundirse en una profunda tristeza. Lejos del ruido de los teatros y de los estudios de televisión; rodeada por el increíble silencio del campo, dicen que comenzó a aflojar sus fuerzas. “Ella ya venía bajando de peso pero se dieron una serie de acontecimientos que terminaron de minarla. El proyecto del hotel–restó lo venía gestando desde noviembre del año pasado e invirtió en eso sus ahorros pensando que el sueño se convertía en realidad rápidamente y comenzaba a recuperar dinero. Además, irse al campo sola la alejó de todo y de todos”, cuenta un íntimo allegado.
Los días grises comenzaron a ser una repetida rutina y la tristeza fue borrando la sonrisa que supo caracterizar aquel bello rostro. En medio del campo, sola, dicen que pasó diez días encerrada sólo tomando café con leche con galletitas y queso como único alimento. Su peso descendió de manera alarmante. Hasta tal punto que la gente se asustaba al ver su rostro tan demacrado y sus mejillas hundidas. Y el primer llamado de atención su salud se lo dio precisamente el día en el que falleció Gerardo Sofovich, el 8 de marzo de 2015, razón por la cual su internación en la Trinidad resultó inadvertida.
“¡La Parca me sigue..!”, repetía a viva voz desde ese momento María. Mientras su físico continuaba deteriorándose. Extremadamente delgada —dicen que en la balanza no llegaba a alcanzar los 38 kilos—, con serios problemas alimenticios y psicológicos (para los que ya tomaba algunos calmantes que sobre la gran crisis no alcanzaron para que conciliara el sueño y alejara sus pesadillas) y con graves secuencias de “ataques de pánico” que la llenaron de miedos imposibles de superar, en su casa del campo, “Mariquita” (como supieron llamarla durante años) siente que tocó fondo y pide ayuda para poder salir.
“Tiene una fuerza que la hace resurgir de las cenizas en cada problema que enfrenta en su vida”, asegura uno de sus incondicionales amigos.
Después de noches y noches sin dormir por “temor a todo...”, la actriz dejó el campo y se instaló en la casa de uno de sus hijos y, como comprendió que no podía superar la crisis sola, decidió pedir ayuda para que la atiendan los profesionales, controlen su salud mental y así pueda enfrentar sus miedos. “Se juntaron varias cosas... Todos sus ahorros en el proyecto, cumplió 60 años y sintió que no tenía lo que quería para vivir tranquila. No tiene una pareja que la contenga, más allá que la relación con sus hijos es excelente. Necesita trabajar y la salvó lo que pudo ganar con las repeticiones de “Dulce Amor” pero era una frustración tras otra y eso la fue hundiendo hasta que la derivaron al neurosiquiátrico”, relata un amigo.
El sol brilla con toda la fuerza de una cálida primavera que invita a sentarse bajo sus rayos. María recorre la terraza, busca un rinconcito y allí coloca el atril en el que descansan las hojas sobre las que vuelca su flamante pasión y parte de su nueva terapia: la pintura. Hace casi dos meses aceptó ser internada en la “Clínica Las Heras. Centro de Salud Mental. Unidad de Internación Psiquiátrica” (donde comentan que puede estar internada gracias a los beneficios de su obra social, ya que no podría costearlo de otra manera) y allí hoy pasa las veinticuatro horas de cada día —atendida por los mejores especialistas en cada área— en el esperanzado camino por su recuperación.
Cada día es un logro. Puntualmente, a las 8 de la mañana María se levanta y, obligadamente, se tiene que vestir para subir a desayunar al comedor de la clínica junto al resto de los pacientes allí internados. Al terminar su café con tostadas o dulces, puede salir al patio a fumar su primer cigarrillo del día. Luego debe cumplir con la rutina de clases, charlas y ejercicios. Más tarde pinta, hace mandalas (el mandala tiene su origen en India y significa “círculo o rueda”, aunque pueden ser de diferentes formas incorporando todas las figuras geométricas), conversa con sus compañeros y hasta tiene su tiempo de juegos, como el Burako. Todos los días tienen su horario de visitas autorizadas (sus hijos con sus parejas y un amigo, el productor Fabrizio Zabala) y una hora para salir a caminar y hasta tomar un café en un barcito de los alrededores. “Ahora se está alimentando bien y eso le permitió recuperar un poco de peso. Porque en un momento daba miedo verla; era un cadáver. Incluso en una de sus salidas se animó a ir a Llongueras para arreglarse un poco el cabello y estaba feliz...”, confiesan en su entorno.
Luego de cada almuerzo, en la clínica la invitan a relajarse en una corta siesta que antecede una nueva charla y reunión con el psicólogo que le realiza una evaluación diaria. La actriz no puede recibir llamadas telefónicas ni tiene un celular.
“Cuando llegó era como una nena a quien hay que tratarle todos los miedos y ayudarla a superar esos temores. Hoy ya se ve una positiva evolución. Fundamentalmente aumentó su peso, toma su medicamento y, hasta se está evaluando la posibilidad de ver si puede salir un fin de semana para que lo pase en la casa de alguno de sus hijos... De continuar así con el tratamiento, podría recibir el alta para mediados de noviembre y ya arrancar a trabajar. Porque, paradójicamente, ya tiene varias propuestas teatrales, como la obra “Acorraladas”. Y necesita volver al trabajo, no sólo por una cuestión mental sino también por un tema económico. Si un actor no trabaja se frustra y se deprime”, concluye su amigo.
Por Gaby Balzaretti.
Fotos: Máximo Gómez.