Emigrar nunca es fácil. Puede ser emocionante, ser un desafío o un paso para adelante lleno de esperanza. Pero fácil, lamentablemente, nunca lo es. En particular emigrar en Argentina es una decisión que cambia la vida en forma radical. También hoy en día, con las distancias que se achicaron gracias a internet y a los medios de transporte, Argentina queda lejos.
Para un europeo que parte hacia esta tierra significa que tiene que alejarse de su país por muchos meses. No se puede volver por un fin de semana cuando la nostalgia invade, porque el fin de semana es suficiente para las horas de vuelo. Por ese mismo motivo, es también muy poco probable que algún amigo decida visitarlos. Se empieza con la idea de irse lejos, por un largo rato, con muchos desafíos por delante y pocos puntos de referencia, listos para sentirnos extranjeros en una tierra lejana. Pero una vez llegados a Buenos Aires, inexplicablemente uno se siente en casa: las señales de la inmigración italiana, el aspecto europeo de ciertos rincones, su cosmopolitismo, el calor de la gente, hacen la ciudad acogedora y familiar. Jorge Luis Borges decía que ser extranjeros es un lujo, y esta afirmación es perfecta para un italiano en Buenos Aires. Cada día, en un taxi, en un restaurant, en el banco, donde sea, siempre es fácil recibir una sonrisa “cómplice” desde quien reivindica con orgullo raíces italianas.
Es una ciudad que no se parece a ninguna otra en particular. Toma piezas de diferentes identidades y las reconstruye en una forma toda suya: hay una Buenos Aire-París, una Buenos Aires-Londres, una Buenos Aires-Madrid. Pero en cada calle, el clima está lleno de algo que recuerda a Italia. Las tiendas tienen nombres italianos, la fisionomía de la gente es increíblemente reconocible, la musicalidad del castellano tiene algo parecido al italiano.
La primera vez que vi Buenos Aires, enseguida me pareció una ciudad familiar, como le pasa a todos los italianos que vienen acá de vacaciones. De inmediato son los taxistas que te dan la sensación de un abuelo inmigrante, o de la idea que todos tenemos de la emigración que empezó en los primeros años del siglo XX. La gente te habla con una tonada que mezcla los dialectos italianos con el castellano y, aunque al comienzo no se entienda nada de lo que dicen, la sensación que se tiene es que nos están hablando a nosotros y no a un turista cualquiera. Cuando me presento y digo que soy italiana, siempre me contestan con una sonrisa y, en la mayoría de los casos, me dicen que tienen un “nonno” italiano, o que estuvieron en Italia el año pasado, y muchas veces me preguntan: “Pero, ¿qué hace usted acá?”. Nunca me sentí extranjera ni por un solo día, aquí a 11 mil kilómetros de distancia de mi país. Al contrario, me parece que las personas me tratan siempre con un poquito más de cariño de lo normal.
Esta ciudad medio italiana y medio española, medio corrupta y medio honesta, medio acomodada y medio pobre, medio melancólica y medio alegre, medio elegante y medio proletaria, tiene una capacidad para recibir como no hay otra igual en el mundo. Es este “ser un poco de todo”, sin ninguna pretensión de perfección, que nos hace sentir cómodos. Se ama a Buenos Aires por su generosa naturaleza que enriquece de enormes parques a la ciudad, con sus ombúes, los palos borrachos, las palmeras, y en noviembre con el violeta de los jacarandá en flor. Siendo una ciudad con un gran patrimonio cultural y arquitectónico, es imposible no disfrutar de sus amplias avenidas, de los palacios históricos de avenida de Mayo, del Cabildo, del Correo Central, de la Casa Rosada, de los elegantes edificios estilo francés de la Recoleta, de la avenida mas ancha al mundo, la 9 de Julio. Buenos Aires atrae por la diversidad de sus barrios: desde San Telmo, con sus edificios históricos que recuerdan a las capitales de la Europa latina, a Palermo, Villa Crespo y Colegiales con sus casas bajas, las cuadras con árboles y la atmósfera típica del barrio. Desde Puerto Madero y su arquitectura moderna al barrio de la Boca, con sus casas de colores.
Es una ciudad que tiene una energía especial, ese fervor porteño que a pesar de la siempre difícil situación político-económica, nunca se apaga. El arte contemporáneo vibra en Buenos Aires, entre sus galerias y sus museos como el Malba, la Fundación Proa, el Macba, la Fundación Fortabat... Un motivo más para amar a esta ciudad es el tango: declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2009, es sello registrado del Río de la Plata, convirtiéndose así en la música porteña por excelencia. En las callejuelas de los suburbios, en los frentes seculares de las casas de los inmigrantes, en los bares, en las librerías y las tiendas de discos del centro, en las salas de tango y de milonga, Buenos Aires vive al ritmo del 2x4.
Es una ciudad culturalmente rica, y con propuestas que son accesibles a todo público: Teatro de altísima calidad, música y danza entretienen a un apasionado pueblo de espectadores. Desde el tradicional Colón, uno de los más importantes teatros líricos al mundo, hasta la avenida Corrientes con sus numerosos teatros que inundan sus veredas de luces y gente.
Sagrados son los recorridos por sus librerías: más que Londres, París, Madrid o New York, Buenos Aires es la ciudad con el mayor número de librerías en el mundo, en relación a la cantidad de habitantes. El libro representa al porteño como lo hace el tango. Uno de los placeres más grande es visitar las numerosas librerías de textos de segunda mano que se encuentran por Corrientes, librerías únicas en toda america latina, o pasar una tarde en el Ateneo Gran Splendid, considerada la librería símbolo de esta ciudad .
Quien conoce a Buenos Aires estará condenado a llevarse para siempre el recuerdo de una ciudad maravillosa y sorprendente, que tiene la capacidad de despertar el lado romántico de uno para conciliarlo con aquel costado más “fiestero”, haciendo que este mix nunca lo abandone. Es frecuente escuchar: “Buenos Aires, la París de América del Sur”. Y hay que tener mucha fantasía para imaginarse una ciudad como París, el corazón de Europa y de la cultura europea, en otro hemisferio. En el fondo, a París la única cosa que le falta es el mar, y Buenos Aires tiene un río abierto al mar. Una ciudad romántica y fascinante como la capital francesa y una tranquila ciudad de mar, de las que en verano brillan y en invierno conservan una buena dosis de encanto y melancolía, así es mi Buenos Aires.