El verano tiene una forma única de transformar nuestra energía. Los días se alargan, la luz se vuelve protagonista y los espacios empiezan a sentirse más vivos. Como interiorista, me inspira esta época del año porque invita a pensar en casas más ligeras, luminosas y conectadas con el exterior, sin necesidad de grandes reformas.
Traer el verano adentro no se trata solo de colores claros o telas livianas. Es una actitud, un modo de habitar que busca fluidez, bienestar y frescura. Y esa sensación se puede lograr con pequeños gestos que modifican profundamente cómo vivimos nuestros espacios.
En muchos de mis proyectos, el punto de partida para lograr esa esencia es la luz natural. Aprovechar al máximo las entradas de sol, elegir cortinas etéreas que dejen pasar el brillo y trabajar con paletas claras hacen que los ambientes respiren. Tonos arena, blancos cálidos, celestes suaves o verdes apagados evocan naturaleza y serenidad sin sobrecargar.
Otro recurso clave es la livianidad visual. El verano pide mobiliario más despejado, circulaciones fluidas, estantes menos cargados y texturas frescas: lino, gasa, tramas naturales. Pequeños cambios como mover muebles para liberar entradas de luz o elegir objetos más orgánicos hacen que todo se sienta más aireado.
Más allá de la luz y las texturas, el verano también invita a reencontrarnos con el color.
Después de temporadas dominadas por las paletas neutras, volver a incorporar tonos más vivos —aunque sea en pequeñas dosis— aporta energía y vitalidad a los espacios.
Un objeto cerámico en un verde oliva, un almohadón terracota, un cuadro con acentos en azul profundo: el color despierta, mueve y genera emoción.
En los ambientes frescos y luminosos, estas notas cromáticas funcionan como latidos que le devuelven vida al alma del hogar.
El color, elegido con intención, no invade: revive.
El diseño también acompaña el ritmo más relajado de la temporada. En un proyecto reciente, incorporamos una gama de tonos claros, detalles en madera suave y textiles naturales que transformaron un living urbano en un espacio veraniego permanente. No se trataba de “decorar estilo verano”, sino de crear una atmósfera donde la frescura conviviera con la elegancia cotidiana.
El verano, al final, es una invitación a vivir más liviano. Y eso también puede suceder puertas adentro. Si logramos que nuestros espacios acompañen esa energía—más luz, más aire, más calma—entonces no hace falta estar de vacaciones para sentir esa brisa que alivia.
Traer el verano al interior es traer bienestar. Es permitir que la luz nos atraviese, que el día se extienda un poco más y que nuestro hogar también se sienta renovado. Porque cuando los espacios respiran, nosotros también.
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