“No me importaba lastimarme; ya no me acordaba de la herida, pero sí de la felicidad del momento”, continúa la notita. Esa metáfora del fósforo refleja lo que tantas veces pasa en los vínculos sexoafectivos: nos enganchamos en relaciones que no nos hacen bien, repetimos dinámicas que duelen y confundimos intensidad con amor. Romantizamos el dolor, la intermitencia, la adrenalina del miedo a quemarnos.
Muchas veces nos quedamos en lugares que lastiman, repitiendo patrones que encienden el corazón pero apagan la sonrisa. Y ahí aparece el amor propio, como el verdadero antídoto para dejar de quemarnos en relaciones que no nos cuidan.
Pero ojo: amor propio no significa dejar de amar al otro, sino aprender a no olvidarnos de nosotras mismas. Es animarnos a poner un límite cuando lo que parecía abrazo se vuelve herida. Es reconocer cuándo un vínculo nos quita más de lo que nos da. Es sostenernos con ternura incluso en el duelo de un adiós.
“¡Ves que no aprendés más!”, se quejaba mi mamá. Y ahí seguía yo, raspando el fósforo y ¡bum!, fuego cada vez que podía. Esa frase resume la clave del amor propio: elegir distinto, animarnos a salir de lugares donde la herida ya no sana, sino que se repite.
El amor propio no se construye de un día para otro. Empieza en ese instante en que decidimos dejar de apagar nuestra sonrisa para elegir relaciones que nos sumen vida. La pregunta que nos queda es simple pero profunda: ¿este vínculo me enciende o me quema?
Porque el verdadero fuego, el que vale la pena, es el que nos da calor sin consumirnos. Al fin entendí lo que mi mamá temía: el problema no es jugar con fuego, sino perder el miedo a quemarse y dejar de cuidarse
En las imágenes: la notita del fuego completa.
Lic. Guadalupe Cumin – Psicóloga (M.N. 9882)
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