Durante siglos, el dinero fue territorio masculino y el cuerpo, territorio femenino. Ellos con el poder, lo visible, lo legítimo; ellas con el cuidado, lo íntimo, lo silencioso. Ese reparto desigual no fue casual: respondió a un orden patriarcal que convirtió la dependencia femenina en destino y la ambición económica en transgresión.
Aún hoy, cuando pensamos en dinero, sexo y poder, la imagen cultural sigue siendo masculina: un hombre que decide, que provee, que manda. Pero cuando decimos mujer, sexo y dinero, algo se tensa. Aparecen la sospecha, la culpa, el juicio moral. Persiste la idea de que el deseo femenino —sexual, económico o vital— debe justificarse o esconderse.
Como plantea Clara Coria en El sexo oculto del dinero: formas de la dependencia femenina, durante siglos la única mujer que podía recibir dinero en el espacio público era la prostituta. Esa asociación entre dinero y sexualidad femenina dejó una huella profunda: el dinero en manos de una mujer fue considerado sospechoso. Mientras la “buena mujer” debía ser asexuada, desinteresada y maternal, la que deseaba y ganaba era señalada. Entre María y María Magdalena se escribió un guion que aún divide: si sos buena, no deseás; si deseás, pagás el precio.
Hoy, las mujeres estudian, producen, emprenden, invierten, ganan. Sin embargo, muchas siguen batallando con culpas heredadas: culpa por cobrar, por poner precio, por decir “no”, por priorizar su tiempo o disfrutar lo conseguido. No es personal: es cultural. Está inscripto en generaciones de discursos y biografías.
Y es real cómo, cada día, miles de mujeres independientes no logran ser autónomas.
¿Quién te da permiso para usar tu dinero? ¿Tu pareja? ¿Tu papá? ¿Un hermano? ¿Un amigo? Quizás si varias amigas/mujeres piensan que sí, sea el equivalente simbólico a la opinión de un hombre. Porque aprendimos que, en este mundo, el dinero —y el permiso para usarlo— siempre fue de otro.
El nuevo tabú es la mujer que desea sin pedir permiso. No la mujer objeto del deseo ajeno, sino sujeto de su propio deseo —económico, sexual y vital—. Ese cambio incomoda porque desarma un reparto histórico del poder. Frente a ello, surgen reacciones más sutiles: se la llama “ambiciosa”, “egoísta”, “masculina”. Viejos mecanismos, palabras nuevas.
La pregunta no es solo qué desean las mujeres, sino ¿qué teme la cultura cuando una mujer quiere placer, dinero y libertad?
Quizás haya llegado el momento de hacer lo que más incomoda: nombrar el deseo, habitar el dinero y ejercer el propio poder sin culpa.
No para ser como ellos, sino para ser —por fin— sin permiso.
Por Lic. Silvana Cardozo
Psicóloga y Sexóloga. Fundadora de Alianza – Espacio Psicoterapéutico (Salta, Argentina).
Datos de contacto:
Instagram: @psi.temas / @alianza.psicoterapias
Política amarreta: por qué Macri se desentiende de la campaña de Bullrich y Santilli
Los jeans anchos color blanco que son la tendencia en primavera
Así es Silvia Mores, la mamá de Mariana Fabbiani: artista, actriz y heredera de una leyenda