Crecí en el conurbano, entre calles de tierra, ceibos y quintas de inmigrantes italianos. Un papá fotógrafo; tenía una mirada amable sobre la vida, podía hablar de zapallos o de literatura con la misma cadencia amorosa. Conversábamos con igual entusiasmo sobre una rana o un pintor renacentista. Una mamá carnicera, tosca, determinada. De ellos entendí algo que después confirmé con estudio, no hace falta encajar en una sola forma de ser. Cada sistema nervioso encuentra su propio equilibrio, y hay que crear espacios para todos.
Los años que siguieron hasta irme de Argentina fueron una danza entre risas y heridas. Apenas terminé la primaria fui secuestrada en un episodio de trata. Escapé con cicatrices que tardaron años en tener nombre.

La violencia y la impunidad se volvieron parte del paisaje. Mi hermano murió a manos de unos adolescentes que le robaron. En ese contexto, el miedo dejó de ser una reacción y se volvió una forma de habitar el mundo y cada comportamiento un eco de esas experiencias.
Crucé el océano más por necesidad que por decisión. Inglaterra se volvió un territorio entre mundos. Sin las voces que me nombraban, perdí la brújula. Me anoté en carreras que nunca terminaba: Farmacia y Bioquímica en Buenos Aires, Derecho en Italia, Psicología en Inglaterra. Hasta que llegó el momento de pasar de los libros a la acción. Me recibí y ese fue el primer paso hacia lo que hoy hago, acompañar a otros a encontrar calma cuando todo pesa.
Mis primeros trabajos fueron en cárceles y hospitales psiquiátricos, donde el sufrimiento adopta muchas formas y no siempre se puede llegar sólo con palabras. Acompañar, a veces, es simplemente estar sin juzgar.

Con el tiempo integré el mindfulness, ayudando a mis pacientes a notar que mente y cuerpo no están separados; se buscan y se sostienen. Más allá de las diferencias, de los diagnósticos, todos compartimos la necesidad de ternura, de conexión.
Hoy acompaño personas en distintos lugares del mundo, desde lo simple, sin fórmulas mágicas ni poses.
La vida insiste, nos golpea, nos deja sin refugio y nos desmoronamos, pero de alguna manera siempre nos volvemos a armar. Lo que la vida nos pide no es perfección, sino presencia, animarnos, en cada pausa, a empezar de nuevo.
Laura Mannucci |Psicóloga Clínica
Sitio web: https://www.lauramannucci.com/
Instagram: https://www.instagram.com/v.laura.mannucci/
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