Está triste. Tirada en una gran cama de sábanas, acolchado y almohadones blancos. Afuera está nublado, hace frío y negros nubarrones presagian una fuerte tormenta. Así dice Victoria Jesús Xipolitakis (28) que se siente. No para de llorar. Entre sus temblorosas manos sostiene la cruz de un rosario y le reza a dos estampitas ajadas, que siempre la acompañan, de Jesús y de la Virgen María. Repentinamente su vida cambió cuando su nombre volvió a sonar en medio de un escándalo. “¡Fui pilota! ¡Ayudé a despegar y a aterrizar un avión!”, repitió con la que sin saber se convertiría en su última gran sonrisa. A partir de allí, todo se transformó en un lío a nivel nacional. El vuelo 2708 de Austral que la llevó a Rosario, a visitar a su “amigovio” Leandro Perez Leotta, terminó siendo “el vuelo del terror” y sus pilotos, Patricio Zocchi y Federico Soaje, fueron despedidos de Aerolíneas Argentinas. Todo estalló cuando Vicky dio a conocer el video registrado con su celular mostrando su viaje en la cabina, participando de algunas maniobras y charlando animadamente con los tripulantes. Cuando todo explotó, Vicky debió abandonar la casa de sus padres. Hubo discusiones familiares, su abuelo no está bien de salud y ella terminó refugiándose en un hotel de Puerto Madero que le paga su novio.
Se cambió el color de cabello y tiene los ojos hinchados de tanto llorar. Repite una y otra vez que se siente sola. En el piso una maleta muestra unas pocas prendas que alcanzó a guardar antes de dejar su hogar. Jeans, zapatillas, remeras y algún suéter asegura que le sobran ya que no sale de la suite del séptimo piso que convirtió en su refugio mientras algunos rumores decían que se había ido a España.
“Nunca imaginé causar tanto daño. Asumo que todo lo que sucedió es culpa mía. Estoy muy arrepentida. Pero yo no tengo maldad. No me gusta lastimar a nadie. Ni fue mi intención hacerlo. Simplemente me fui a Rosario como lo vengo haciendo desde hace un tiempo a visitar a un amigo. Siempre viajo por Aerolíneas Argentinas porque me encanta y me tratan re bien. Me pagué el pasaje en una agencia de viajes que me los tramita y tenía el asiento número 8. El servicio que me dieron siempre es increíble. Me llevan al VIP y luego en una camionetita hasta el avión en el que me cambiaron el asiento por el N°4. Fui la primera en embarcar. Los pilotos se me acercaron, se hicieron fotos conmigo y me invitaron a viajar con ellos en la cabina. Charlamos y me dijeron que despegara el avión. En ese momento me dio un poquito de miedo. Me pareció peligroso porque yo sé que los momentos críticos de un vuelo son el despegue y el aterrizaje; el resto va con piloto automático. Pasaron muchas cosas adentro de esa cabina por eso a mí me gustaría que aparezca la caja negra para que se sepa toda la verdad. Yo nunca grabé con mala intención. Mi vida es como un reality; yo grabo todo lo que vivo y lo twiteo. Si alguien me hubiera dicho que no se podía grabar, no lo hubiera hecho. Pero ellos hasta me dijeron que lo podía twitear...”, repite Vicky. La caja de pañuelitos de papel no alcanza. Llora sin pausa. Balbucea. Casi como una niña estalla en llanto sin consuelo. Toma las estampitas y las besa. Pero dice que nada le sirve de consuelo. Confiesa que le gustaría visitar una iglesia para tener una “charla” más directa con Dios. Entonces se viste apresurada. Por primera vez no quiere que nadie la reconozca en la calle. Por primera vez, quiere pasar inadvertida. Ella misma bromea sobre cómo cambió en estos pocos días. Y sale diferente. Con camperón, capelina, gafas... Apenas basta pisar el umbral de la Basilíca de Nuestra Señora del Rosario para que el llanto la vuelva a quebrar.