lunes 18 de marzo del 2024
ACTUALIDAD 11-10-2017 08:10

“Vicky” Xipolitakis y Javier Naselli, su novio millonario en Grecia

“Nos comprometimos y le pedimos a Dios un hijo” Galería de fotosGalería de fotos

Era su sueño desde que cumplió los 15 años. De pequeña y preadolescente había visitado la tierra de sus ancestros en tres oportunidades junto a sus padres y a sus hermanos. Pero hace tres años predijo que en septiembre de 2017 cumpliría su anhelo de regresar a Grecia. Por aquel entonces pensaba que lo haría sola y que su gran deseo al poner sus pies sobre ese país, sería que Dios le mande un amor. Sin embargo el segundo sueño se le cumplió primero. Y Vicky Xipolitakis (30) todo lo que quiere lo consigue. Va tras su sueño y no para de luchar hasta lograrlo. En el verano conoció en Punta del Este a quien conquistó su corazón y por el que cambió toda su vida y hoy divide sus días entre la Argentina y Nueva York. Y precisamente él, el “hombre de finanzas” Javier Naselli (52) que vive en los Estados Unidos y trabaja en un banco internacional, pensó que era un buen momento para disfrutar de las primeras vacaciones en pareja y, encima, poder hacer aún más feliz a su pareja. Así desde “la ciudad de los rascacielos” abordaron un vuelo que aterrizó en el verdadero paraíso de Atenas, “la puerta de entrada a Grecia”.

“Todo fue mágico. Se dio casi naturalmente, como todo en mi vida. Yo siempre decía que me iba a visitar Grecia pero no se me daba. Y cuando volví a Nueva York Javier ya tenía todo listo. Me sorprendió con el hermoso regalo. Fueron nuestras primeras vacaciones juntos y yo quería experimentar pisar esa tierra con el hombre que amo. Quería ir a ver mis raíces, escuchar su música, cantar, bailar, comer, sentir sus olores… Sólo hay que pensar que mis cuatro abuelos son griegos y yo empecé el jardín de infantes hablando sólo griego, sin saber castellano. Y allí los maestros me enseñaron las primeras palabras en español. Por eso cuando pisé Grecia, besé el suelo, me puse a llorar y no podía parar”, cuenta Victoria Jesús, tal como dice su pasaporte que luce el flamante sello de entrada a esas lejanas tierras.

—¿Y cómo resultó la experiencia de cumplir su sueño que coincidió con las primeras vacaciones en pareja junto al hombre que ama?

—No sabía qué iba a pasar. Porque en la vida real no convivís las 24 horas. En Nueva York Javier siempre está nervioso porque es muy responsable con su trabajo y, por primera vez, lo vi relajado. Siento que lo conocí de verdad y eso me terminó de enamorar. ¡En este viaje morí de amor por él! Descubrí que es como yo en hombre. Relajado, con humor, súper atento, un señor… Además, dormimos todas las noches y toda la noche juntos. Y despertarme a la mañana junto a él fue mágico. Porque como estaba con horario europeo se me acomodó mi insomnio y mi horario corporal. ¡Descubrí que era un placer dormir juntos con nuestros pies entrelazados! No lo habíamos hecho nunca. Fue un gran compañero y este viaje, sin dudas, cambió nuestra relación. Por lo menos a mi me vino muy bien. Yo necesitaba reconfirmar los sentimientos y comprobar que somos compatibles. Viajar con Javier me hizo terminar de convencerme que quiero que sea el padre de mis hijos.

—Nos salteamos un paso. Faltaba el compromiso y después la boda…

—Compromiso, muy íntimo, ya hubo. Como él es muy perfil bajo, sin decir nada a nadie me sorprendió con un anillo y un enorme ramo de flores y me dijo que el año próximo nos casamos. Por eso en Mykonos fuimos a la Iglesia Ortodoxa griega de San Nicolás, que es muy encantadora, junto al puerto, encalada en blanco con cúpula y ventanitas en azul, prendimos unas velitas y le pedimos a Dios que nos de un hijo. Yo soy súper sensible y cuando nos abrazamos fuerte para pedirle nuestro deseo a Dios, no pude evitar ponerme a llorar. Como pareja, muy unidos, le pedimos a Dios que nos mande un bebé y ahora estamos esperando que nos cumpla el deseo lo más pronto posible.

—¿Y por eso también fue un viaje muy romántico y de mucho amor?

—Sí. Dormir todas las noches juntos también fue un alivio para mí. Porque no sabía qué podía suceder. Y descubrimos que nos amamos mucho. Sentí su gran contención. No volví a sentirme nunca más sola. Hacíamos todo juntos. Sentí su amor y ví en sus ojos el amor. En Santorini, entre románticos atardeceres y gigantescas lunas sobre el mar, me dijo que se dio cuenta que yo lo amaba de verdad y a mi me pasó lo mismo. Creo que todo este tiempo habíamos estado buscando la conexión total, sin ningún reloj que se interpusiera entre nosotros, sin papeles, ni compromisos, ni reuniones sociales. Y allá todo fue un disfrute. Creo que sólo en un viaje se comprueba eso que llaman compatibilidad. Porque eran veinticuatro horas sin despegarnos ni un minuto y, si no había amor de verdad, no lo hubiéramos soportado. Yo siento que conocer a Javier fue como encontrar mi zapato. No me quedó ni chico ni grande. Siento que a la princesa le entró el zapatito…

En Atenas la pareja se alojó en el emblemático y lujoso hotel “King George” de 1930 y cada mañana desayunó viendo el Partenón desde su terraza privada.

—¿Qué fue lo que más la cautivó de Atenas?

—Cuando desde nuestra habitación vi el Partenon no podía parar mi excitación. Llegué y corrí a conocerlo. Me compré túnicas blancas y cada mañana, vestida especialmente, me iba a recorrerlo y estudiar toda su historia. La gente me preguntaba si yo era la diosa griega de la belleza y el amor Afrodita… Todos se hacían fotos conmigo. ¡Era como una columna más del templo! Yo me sentía como en mi casa. Disfruté todo. También me preguntaban si era griega por la nariz (risas) y yo pensaba qué error hubiera cometido cuando casi me la opero. Porque cuando era chica estaba ya anestesiada en la camilla y me acordé que mi papá me decía tu nariz no es perfecta pero te hace distinta. Y aunque él ya me había pagado la mitad de la cirugía, me levanté y salí corriendo. ¡Dejé a los médicos con la boca abierta gritándome! La gente me decía que mi nariz sale de la frente como la de los griegos antiguos. Y yo encima les respondía y hablaba todo en griego. ¡Ahí pensé todo lo que yo protestaba de chica cuando mis padres me hacían estudiar griego y hoy se los agradezco! ¡Les decía que por ahí soy la reencarnación de la diosa Afrodita! Allá bailé al son de la Buzuki (guitarra en forma de pera), canté, comí Baklaba (dulces), moussaka, bebí ouzo… También me hice ictioterapia con los “garra rufa” que son unos peces turcos que te succionan las células muertas de los pies. Los ponés en unas grandes peceras y es una terapia de limpieza, exfoliación natural que ellos te hacen comiéndose tu pielcita. Es medio impresionante pero igual me encantó la experiencia. Todas las mañanas salí a caminar muy temprano. El Partenón, la Acrópolis, el Templo de Zeus; todas grandes joyas arqueológicas. Estudié, memoricé y aprendí mucho también.

—¿De allí a dónde fueron?

—Nos tomamos un avioncito y después de unos cuarenta minutos de viaje llegamos a Santorini. El lugar más mágico de la tierra. Hermoso pero más turístico. Estábamos en un hotel, una villa, en lo más alto de la isla. Una vista increíble. Con los atardeceres más maravillosos que uno se pueda imaginar, a tal punto, que la gente los aplaude. Son todas casitas blancas con calles que son escalinatas interminables. Todas las mañanas a las 9 nos dejaban el desayuno en la puerta y lo tomábamos en nuestra terraza con esa vista al mar Egeo y a todos los barquitos que desde ahí arriba parecían pequeñísimos. Allí no hay playas porque son arenas volcánicas y por eso cada villa tiene su propia piscina. Y luego nos tomamos un barco y a las tres horas de navegación llegamos a Mykonos. ¡Divino! Y eso que ya no era verano. Pero al ser plano, no como Santorini, todo es sobre el mar. Abríamos la ventana de nuestra habitación y allí mismo golpeaban las olas. Súper romántico; con sus pequeñas iglesias por todas partes, sus molinos de viento y su famoso pelícano Petro II, que es como la mascota del lugar. Aunque como ya se terminó el verano no hacía mucho calor. Estaba un poco fresco pero igual no me podía perder la posibilidad de bañarme en esas aguas encantadas en las que estando parada te ves la punta del dedo del pie.

—¿El saldo de esta mini luna de miel anticipada es ampliamente positivo?

—Sí… Estos diez días de vacaciones juntitos nos hicieron re bien. Porque Javier trabaja demasiado y necesitábamos pasar un tiempo solos, tranquilos, sin relojes ni reuniones. Nos llevamos tan bien que jamás tuvimos una pelea; ni siquiera un roce. Y eso nos terminó de enamorar y de descubrir, como ya dije, que lo quiero como padre de mis hijos.

—¿Siente que fue como una prueba de amor para el futuro?

—Sí, totalmente fue una prueba y no fue planeada así. Nos sirvió mucho porque somos muy diferentes pero allá descubrimos que nos complementamos. Pensábamos cosas para hacer juntos todo el tiempo. Y eso era nuevo para nosotros. Fuimos muy felices. Yo era la diosa griega. Y un día hasta se me antojó que quería mi corona de flores y él se levantó a las 8 de la mañana, me compró un pañuelo griego que me había gustado en una tiendita de la calle y con sus propias manos me armó mi coronita con las ciclamen (que es la flor nacional de Grecia y simboliza los sentimientos duraderos). ¡Yo me morí de amor cuando me la entregó y la tuve sobre mi cabeza todo el día! Hasta hoy la guardo muy especialmente. Para mí fue una gran prueba de amor. En Grecia hasta el amor es mágico. En realidad, cuando hay amor, todo es mágico. Y también descubrí que cuando hay amor también hay más piel…

—¿Y allá también tuvo la posibilidad de hacer shopping?

—No fui a hacer shopping. Sólo quería cumplir mi gran sueño y no necesitaba comprarme nada. Sólo me conseguí las túnicas típicas del lugar, largas y cortas pero en blanco, y las sandalias griegas que se compran en los puestos que arman en plena calle. Después traje algunas artesanías para mi familia. Cosas típicas como cuadros de la Sagrada Familia y de Cristo, bebidas griegas y algunos dulces. Sí compré varios de los ojitos que ellos usan mucho contra la envidia para repartir entre la familia y los amigos.

—¿Ahora sólo falta la presentación oficial del futuro marido y padre de sus hijos a toda la familia?

—Ya hubo presentación familiar ante todos, incluso mis dos abuelos. ¡Ya le mostramos lo que somos los Xipolitakis para que no se asuste después! Comimos, cantamos, bailamos… Fue como ‘Mi gran casamiento griego’. Lo llevé hasta la casa de mis papàs, en Lanús, y le enseñé lo que somos todos nosotros juntos. Y se emocionó con las palabras de mi abuela “Basi” Damianos que le preguntó ¿Cuándo nos casábamos? El quedó fascinado con mi abuelo, al que le decimos “Paputazo” (abuelo Anastacio) que es poeta, muy conocido, y escribió libros. Se engancharon a hablar de cultura porque los dos son como muy intelectuales. Y los dos quedaron fascinados mutuamente. Me encantó la reunión con la familia porque todo fluyó y nada influyó. Aunque mi papá y mi hermano “Nico” se habían ido a pescar y no estuvieron. Pero a mi me gustan las cosas así. Que se den naturalmente; nada estructuradas y sin planearlas.

por Gaby Balzaretti