Es lo que vio, con esos ojos penetrantes de buen gitano, en esa mujer que parecía no brillar entre tanto fuego de artificio que lo rodeaba. Es eso que solo él fue descubriendo como un tesoro para el último capítulo de su vida, ese que incluyó tantas alegrías, pero también tanto dolor. Esa mujer, y solo esa, fue la elegida en su época más madura e instrospectiva. Esa mujer llamada Olga Garaventa (62) fue su gran amor desde 2004 hasta 2009, exactamente los últimos cinco años de su existencia, y quien lo acompañó hasta el último latido.
Roberto Sánchez, la faceta más privada del icónico Sandro, conoció a Olga mucho antes de saber que la amaba, en 1994. “La primera vez que lo vi a Roberto fue porque yo trabajaba en su estudio de grabación. Entré ahí como personal de mantenimiento, y un día él fue a visitar su edificio. Me miró y me saludó de manera cordial, como a cualquier empleada. Yo ni siquiera era fan de Sandro, eso fue lo peor de todo o lo más lindo, no sé. Solo había ido a verlo cantar a los 17 años, cuando se presentó en San Lorenzo, donde fueron 50.000 personas a ovacionarlo. Pero después nunca más, nunca lo tuve de ídolo, me gustaba más como hablaba que como cantaba. Los mensajes que dejaba. Me sabía un par de temas, pero nada más. Ni se me pasaba por la cabeza lo que me depararía la vida junto a él. Yo necesitaba ese trabajo, nada más, por eso estaba allí ese día, la primera vez que nos miramos”, le dice Garaventa a CARAS, en una reveladora entrevista que se realiza en el corazón de Valentín Alsina, partido de Lanús, lugar donde Roberto Sánchez fue a la escuela primaria, y donde empezó a “patear” la calle.
Posa para el fotógrafo en el “Paseo de Sandro”, rodeada de afiches de sus más antológicas películas, y se detiene a observar la estatua que representa al ídolo en su etapa “más Presley”.
“Estar en Valentín Alsina y hacer estas fotos para CARAS me trae mucha nostalgia, porque son lugares que él transitó. El me contaba que andaba mucho por acá cuando era jovencito”, agrega Olga, que después de aquel distante encuentro de 1994 pasó 10 años trabajando para él, pero sin tener ningún contacto personal. Hasta que Sandro escribió para ella el poema “Fuego contra Fuego”, que incluyó en su disco “Amor Gitano”.
Luego de un noviazgo breve y dos años de convivencia, se casaron el 13 de abril de 2007, y hasta que el cantante falleció en 2010, a causa de un enfisema pulmonar, nunca se separaron. Atrás habían quedado las otras mujeres de Sandro. Desde Julia Adela Visciani, con quien entabló una relación desde 1969 hasta 1982; pasando por María del Pilar García (más conocida como Tita Russ), ex esposa de Alberto Olmedo; más las versiones de affaire con María Martha Serra Lima o el vínculo que mantuvo con María Elena Fresta, quien se ocupaba del cuidado de “Nina”, la madre de Sandro, que murió en 1992. También se le adjudicaron romances con la animadora Vicky Amaya, la fotógrafa Olga Massa y la condesa María Carmille Borgogne Di Parma. Además fue relacionado con compañeras de elenco como la mexicana Irán Eory (con quien trabajó en el filme de 1970, “Muchacho”), Cristina Alberó (“Destino de un Capricho”, 1972), y las mismísimas Susana Giménez (“Tú me Enloqueces”, 1976) y Soledad Silveyra (“Quiero llenarme de Ti”). Era, sin duda un verdadero Sex-Symbol, que en su etapa más madura, eligió a Garaventa.
“En 2004 él se iba para Rosario, antes de debutar en el Gran Rex con un show. Iba allá porque era donde él ‘limaba’ algunas cuestiones del espectáculo. Justo pasó por el edificio, y yo acompañaba a Aldo Aresi (quien fue representante de Sandro), que era mi jefe. Me lo crucé, lo saludé, y cuando lo miré, vi que tuvo una expresión medio extraña, diferente. Cuando volví a mi oficina, sonó el teléfono, era él y me dice: ‘Tengo un beso encadenado entre mis labios y la llave de ese beso está en tu boca’. Le dije: ‘Uy qué lindo Roberto, gracias’. Pero pensé que se había equivocado y me llamó a mí por error. A la hora me volvió a llamar, y me dijo: ‘Mirá que eso fue para vos’. Yo me quedé sorprendida. Le dije: ‘¿Y ahora qué va a pasar con todo esto?’. Porque él tenía una familia, yo no quería ser la que produjera la discordia”, dice.
Es que Sandro estaba desde hacía 15 años oficialmente en pareja con María Elena Fresta, una relación a la que puso fin para comenzar una nueva historia de amor con Olga, una mujer diez años menor.
Ni siquiera Olga esperaba algo así en ese momento de su vida. Estaba separada, vivía con su mamá y con su hijo Pablo, por ese entonces de 23 años (hoy tiene 36). Su hija Manuela, hoy de 39 años, ya estaba en pareja (Luego vendrían sus nietas: Malena, de 15; Valentina, de 12; y Ema, de 21 meses).“Roberto después definió su vida, y tras seis meses de llamados telefónicos que duraban hasta cuatro horas, nos fuimos conociendo”, comenta.
—Olga, ¿quién conquistó a quién?
—La conquista fue mutua, él por su lado y yo por el mío. Yo lo trataba de igual a igual, y me mostraba como lo que soy: una persona sencilla, normal. A él nunca lo puse en un pedestal, lo traté con respeto pero de igual a igual.
—¿Cómo besaba Roberto, igual que Sandro en las películas?
—De cómo besaba no te puedo decir nada porque es algo muy íntimo. Pero te puedo asegurar que era una persona muy seductora, nació con ese carisma. Era un verdadero caballero.
El mito de uno de los cantantes más emblemáticos de la Argentina se potenció e incluyó a nuevas generaciones de fans desde que se emite “Sandro de América, La Serie”, ficción protagonizada por Agustín Sullivan, Marco Antonio Caponi y Antonio Grimau, quienes interpretaron al famoso cantante y compositor en distintas etapas de su vida.
La miniserie de Telefe, a ocho años del fallecimiento de Sandro, hace emocionar a sus “Nenas” (fans del ídolo). El primer capítulo tuvo un rating promedio de 15.4 y un pico de 15.7, y el martes 27 se emitió la Gran Final, en vivo desde el Teatro Gran Rex, donde los protagonistas compartieron con su público el último capítulo de la serie, basada en el libro “Sandro de América”, de Graciela Guiñazú.
“Ver la serie es algo muy fuerte, por más que haya mucha ficción y parte de realidad, pero lo tomo como algo positivo para darle a la gente, que siempre desea estar en contacto con algo de Sandro. Parece como si a los actores los hubiera elegido Roberto. Sullivan está maravilloso, Caponi, Grimau... todos están fantásticos. Muriel Santa Ana me interpretó a mí, y hasta vino a casa a conocerme para componer mi personaje. Fue la serie del año, con un gran éxito”, afirma.
—La serie muestra la influencia que tenía la madre de Roberto con las mujeres, cómo si ella les diera el visto bueno, y su veredicto fuera palabra sagrada... ¿A usted la hubiera aprobado su suegra?
—Con Roberto nunca hemos conversado sobre eso. Como era hijo único, la mamá era muy celosa. Ella falleció en 1992. Nunca me puse a pensar si me habría aceptado.
—Sandra Junior declaró que la serie es una falacia, y que la quieren hacer quedar a usted como “una heroína que no es”...
—Yo nunca hablé de esa persona. Aunque ella siempre me agrede, yo siempre le tuve el mayor de los respetos.
—Por otra parte, Isabela Figueroa, una amiga de Sandra Junior, la denunció afirmando que usted y Sandro se casaron cuando no estaban divorciados aún de sus ex parejas...
-El papá de mis hijos, cuando yo lo conocía hace 41 años, estaba divorciado hacía diez. Acá existía el divorcio pero no te podías volver a casar. Nosotros fuimos a un estudio de abogados, donde hacían casamientos en los que vos ni viajabas al exterior, y después te mandaban los papeles. Lo nuestro nunca se hizo legalizar y, por lo tanto, ese casamiento con mi anterior pareja no tiene validez. Date cuenta que Roberto jamás hubiera hecho nada incorrecto. Sabía de la existencia del padre de mis hijos, nunca hubiese hecho nada para perjudicarse él, ni para perjudicar a ninguna parte.
—¿Por qué cree que la agreden con estos temas?
—Yo me callo, no voy a salir a dar ningún tipo de explicación, porque de eso se habló con una jueza, y también en la iglesia...
También se había acusado a Olga de adueñarse de la famosa casa de Sandro, ubicada en Berutti al 200, en las proximidades de la estación de Banfield. Allí, Roberto Sánchez vivió durante cuarenta años. Y hasta contrajo matrimonio con Olga: firmó la libreta roja en la biblioteca, en abril de 2007, y en el living los bendijo el padre Osvaldo Brown.
La residencia distribuye sus 800 metros cuadrados cubiertos en dos plantas. En planta baja, la cocina con comedor, el living, otro comedor, la biblioteca y un baño. Subiendo las escaleras están las habitaciones (tres dormitorios y dos más para las visitas), más un gimnasio y dos baños. Tiene un garage para siete autos. Y el parque, con pileta de natación, completa los 1300 metros cuadradas. Su valor ascendería a los seis millones de dólares.
“¡Es mi casa! Mi esposo me la dejó. Hizo un testamento en el año 2005, donde me nombró Heredera Universal. No estoy usurpando nada”, aclaró Olga en una oportunidad.
—¿Por qué se empecinan en afirmar lo contrario?
—Está todo claro, todo como lo pidió Roberto. Yo no toqué absolutamente nada, mío es solo un televisor plasma y la ropa. Tengo mucha paz, no hice absolutamente nada que pudiera dañar a nadie, pero a mí sí me han dañado mucho. Pero me mantengo en silencio, no contesto, creo que la gente sabe discernir quién es uno y quién es otro. Mi silencio no es el del que calla y otorga, pero no da para salir a hablar, sino tendría que estar todo el tiempo en los medios. No soy mediática, soy Olga, una persona de bajo perfil. No hice nada malo y no le debo explicaciones a nadie.
—¿Qué cambió en usted desde que Roberto murió?
—Mi esencia no cambió, pero siento que me han maltratado mucho. Extraño su presencia para que salga a poner un poco de orden, que salga a los medios a decir: “La elegí yo, yo se quién es, y acá se acabó todo”. Pero muchos me siguen “ninguneando”, dicen cosas que me hacen daño. Siempre digo que al final, la verdad sale a la luz. Y yo tengo que mantenerme en mi lugar y no responder, por más que digan cualquier cosa de mí. Me duele mucho la crítica contra mi persona, porque a mí no me conocen, hablan por hablar, y yo no salgo a contestar. Respeto a todo el mundo con sus defectos y virtudes, pero hay personas que no hacen eso conmigo.
—Se la nota bastante dolida con ese tema...
—A veces siento dolor, porque yo también tendría cosas para decir, todas verdades, pero nunca las digo. Dedican programas para criticarme con mucha falta de respeto. Si Roberto viera esta persecución, mucha gente no duraría ni tres segundos en la pantalla. Siento que a veces se ensañan conmigo. Pero bueno, es lo que me toca vivir. Roberto saldría a defenderme, pero yo igualmente tengo una gran contención de mi familia y de mis amigos, y me considero muy buena persona, con buenos principios, con códigos. Entonces dejo que el agua corra. Yo no soy más que nadie ni nadie es más que yo. El hecho de que Roberto me haya elegido, que haya decidido casarse conmigo, muchos no lo perdonan.
—¿Cómo era un día en la vida de Roberto?
—El se levantaba entre las 14:00 y las 15:00, tomaba su té con galletitas, a veces facturas o un sandwichito de miga. Le gustaba más lo salado que lo dulce. Tenía siempre un sentido del humor muy especial. Jamás tenía una mala contestación, siempre estaba con una sonrisa, se sintiera bien, mal o regular.
—¿Usted le cocinaba?
—Para comer era muy sofisticado, no era del churrasquito con ensalada. Había que darle una buena entrada, un buen plato principal y un buen postre... Había que cocinar bastante, y lo hacía todo yo. Teníamos personal, como sigo teniendo ahora, pero solo por la mañana. Todos los días le cocinaba algo diferente, le preguntaba qué quería o improvisaba algo yo. Estaba tres o cuatro horitas todos los días solo para cocinarle la cena. Yo también hacía las compras. Después nos quedábamos de sobremesa, charlábamos. Para él la noche era día, a mí eso me costaba un poco porque venía de otro mundo. Para mí la noche era para descansar. Para él, al levantarse tarde, la noche se estiraba hasta las tres o cuatro de la mañana.
—¿Salían?
—Nos quedábamos en casa porque en esa época Roberto ya no era de salir.
—¿Escuchaban música?
—En casa no se escuchaba música, a lo mejor esporádicamente tocaba algún teclado, pero no se escuchaba música. Cuando se decía que componía, era antes de estar conmigo. Estando juntos no compuso más nada.
—¿Quién planteó el deseo de casarse?
—En marzo de 2007, él se descompone, estaba muy grave. Yo llamé como siempre a la ambulancia para trasladarlo al Instituto del Diagnóstico, y cuando se recuperó un poco, en Terapia Intensiva, me dijo:“Olga, después de esto nos vamos a casar. Me salvaste muchas veces”. Yo le dije que fueron los médicos, no yo. Insistió:“Pero yo me quiero casar con vos”. Salimos de la internación y me dijo que iba a poner una fecha. Yo no quería porque sabía que iba a traer mucho problema, por “sus nenas”, por sus fans. Era el ídolo soltero de toda la vida, y que una persona le haya tocado el corazón era un tema difícil.
—¿Cree que fue la única mujer de Roberto? Que las anteriores fueron amores solo de Sandro...
—Eso no lo puedo decir, de lo que no se, no puedo hablar. El fue un ídolo tocado por la varita mágica, tenía un gran carisma, pero para mí siempre fue Roberto, nunca Sandro.
—Durante mucho tiempo a usted no se le conoció la cara...
—Yo le pedía a Robert que mi cara no se conociera. Cuando decidió que se me conozca públicamente, me sentí como “clausurada” (Risas). El se reía, y me decía que presentarme en público era lo que había sentido. Yo, fuera de broma, lo tomé como un buen gesto hacía mí.
—¿En un momento se sintió más una enfermera que su mujer? Habrá sido muy duro... ¿Cómo lo sobrellevaba mentalmente?
—Nunca me sentí como su enfermera. Cuando estaba mal era como cualquier mujer que tiene que estar con su marido en las buenas y en las malas. Por momentos me quebraba, pero cuando él no me veía. Iba viendo paulatinamente su deterioro, y me quebraba. Soy muy creyente, le pedía a Dios y a la Virgen que nos ayudara.
—¿Qué es lo último que le dijo a Roberto antes de que “partiera”?
—Me despedí de él diciéndole al oído:“Mirá Roberto, yo pienso que vos te querés ‘ir de gira’, así que andá nomás, andá tranquilo. No quiero que sigas sufriendo, porque yo voy a saber salir adelante. No quiero que sufras más”. Me miró, hizo una sonrisa, levantó las cejas y a los veinte minutos falleció. Lo tuve que hacer porque él quería seguir peleándola, pero tome la iniciativa de “soltarlo”.
—¿Le quedó algo por decirle?
—Le di todo lo que estaba a mi alcance, le dije todo lo que sentía, yo fui muy demostrativa y él tenía un amor muy especial por mí. A veces pensaba: “¿Será cierto esto? ¿A cuántas le habrá dicho lo mismo?” (Risas). Un día, Pablo, mi hijo, le contó a Roberto, y él le dijo: “No me digas que tu vieja piensa así”, y se mataban de risa. A mis dos hijos Roberto los amaba.
—¿En que cambió su vida cuando lo conoció?
—En nada. Yo siempre fui la misma persona, y desde que tengo uso de razón nunca me creí nada. Mi relación con Roberto es algo que me regaló la vida, algo que agradezco a Dios y a la Virgen, pero no me cambió en nada. El vio mi esencia, porque era una persona muy observadora, inteligente, tenía mucho mundo, mucha calle.
—¿Siente su presencia por la casa, le habla?
—Yo no pretendo verlo, ni sentir su presencia, porque creo que él tiene que descansar en paz. El hecho de estar llamándolo, nombrándolo, convocándolo, no le permitiría ese descanso. Solo le dedico una oración todas las noches, y ahí queda, porque debe tener su merecido descanso después de haber sufrido tanto.
—¿A Sandro le hubiera gustado la serie que se hizo sobre su vida?
—Sí, porque es un verdadero homenaje, aunque hay gente que cree que se hizo solo para lucrar.
—Olga, ¿queda un lugar en su corazón para un nuevo amor?
—No, así estoy muy bien. Soy libre, no le debo explicaciones a nadie. El lugar que ocupó Roberto en mi vida es tan grande que no lo podría llenar ningún otro hombre.
por Fabián Cataldo
fotos Mauro Fonseca