Apenas se conoció la noticia de que los restos de Diego Maradona iban a ser velados en la Casa de Gobierno, la gente comenzó a llegar al lugar para poder darle el último adiós al ídolo.
A lo largo de la Avenida de Mayo, y calles transversales, una multitud se fue acercando, con sus camisetas y otras insignias de Argentina, Boca Juniors y otros equipos vinculados a Diego para ingresar a Balcarce 50 donde, a partir de las 6 de la madrugada, comenzó el velatorio para despedir al campeón. La entrada de la Casa Rosada tiene en sus balcones centrales, el símbolo del luto cubriendo el enorme frente.
El duelo nacional se siente no sólo por el decretado por el gobierno, sino por el dolor en la gente. Las calles ensordecen con su silencio profundo el que sólo se rompe con los cánticos espontáneos de cancha que, a manera de catarsis, entonan con alegría y lágrimas.
El ingreso es ordenado y dinámico. Un amplio operativo de seguridad ubicado estratégicamente permite que la gente pueda llegar al lugar, previo cacheo rápido y con el barbijo obligatorio. La bandera, a lo alto, flamea a media asta.
El cofre que contiene los restos mortales del Diez, en la capilla ardiente de la Casa Rosada, está cubierto con una enorme bandera argentina y se va coronando de flores, camisetas, banderas, cartas y demás ofrendas que desde la corta distancia, la gente le arroja intentando llegar lo más cerca posible.
Varias generaciones se juntan: Los que lo vieron jugar, sus hijos y sus nietos que conocieron su paso por el fútbol a través del relato y las imágenes se televisan en cadena internacional, con los medios periodísticos de muchísimos países que, a medida que van llegando, van enviando sus imágenes a esos países que lo miraron y lo admiraron y lo idolatraron.
La peregrinación es interminable y el denominador común es el agradecimiento a Maradona: Al ídolo futbolístico, al de la mano de Dios, al eterno rebelde, al que salió de la villa y nunca olvidó sus orígenes, al que estuvo siempre al lado de los humildes, el cebollita. Al D10EZ.