No es solo el final de una relación: también se rompe un proyecto, un ideal y muchos rituales cotidianos. El cuerpo lo siente fuerte. Acá te acompaño a entender los síntomas, qué esperar y cómo cuidarte sin culparte.
Cuando se corta un vínculo, el sistema nervioso interpreta “pérdida” y activa el modo protección. Aumenta el cortisol, respirás cortito, dormís peor y los músculos se tensan. Pero no pasa en abstracto: sucede en escenas concretas. Abrís WhatsApp, ves la última conexión y se te hace un nudo en la panza. Escribís y borrás el mensaje veinte veces y aparece un temblor fino en las manos. Subió una historia en Instagram y el corazón se acelera como si hubiera que salir corriendo. Facebook te tira un “recuerdo de hace 1 año” y aparece un dolor de cabeza sordo que se queda toda la tarde. A la noche, la mente cansada da vueltas y cuesta dormir; a la mañana, el apetito se apaga o, al revés, la ansiedad pide algo rápido. Y en el medio, el miedo: a quedarte sola, a equivocarte, a que nada vuelva a sentirse en calma.
Además, cuando más duele, el cerebro busca alivio rápido y arma un engaño amable: rescata lo luminoso, recorta lo que lastimaba y te hace sentir que extrañás “todo”. Ese atajo puede empujarte a dudar de la decisión, a escribir “solo para ver” o, directamente, a no registrar lo que pasa como un duelo. Esa negación posterga el proceso y lo vuelve más pesado. Ponerle nombre a este mecanismo —y recordarte por qué llegaste hasta acá— devuelve perspectiva y piso.
Qué es esperable (y no es retroceso)
Que entres “solo a mirar” WhatsApp y termines releyendo conversaciones o escuchando audios viejos. Que vuelvas a la galería para ver fotos una y otra vez. Que una canción, un perfume o una esquina del barrio te dejen en pausa. Que busques en Maps el recorrido a un lugar de ustedes y se te cierre el estómago. Que Instagram muestre que está “en línea” y te tiemble el cuerpo. Que el finde a la noche el vacío pese más. Que te cueste concentrarte, que olvides cosas simples y que el sueño o el apetito suban y bajen. Que aparezcan “primeras veces” que duelen: primer fin de semana, primer feriado, primer cumpleaños, primera salida con amigas, primer pago de cuentas sola. Y que, aun así, aparezcan ventanas de calma y luego otra ola. Eso no es volver al punto cero: es tu sistema nervioso reacomodándose.
Escuchar al cuerpo es parte de sanar. En vez de apagar sus señales, dales lugar: registrá cómo cambia tu respiración, dónde se tensa, cuándo aparece el temblor o el nudo en la panza y qué emoción trae. Nombrarlo no lo agranda: lo ordena. Acompañate con ternura. Tu cuerpo no es el enemigo; es la brújula que, de a poco, te devuelve a vos.
DATOS DE CONTACTO Instagram: @psicologa.antonellarc


