martes 16 de abril del 2024
CELEBRIDADES 11-11-2020 20:50

Natalia Oreiro, en búsqueda de su mejor versión: "Me estoy reconstruyendo"

La actriz, cantante y empresaria se confiesa en una entrevista inolvidable en la que habló de todo: la maternidad, la pareja y su forma de "volver a encontrarse" en este difícil año. Galería de fotosGalería de fotos

No siempre encuentra los espacios y aunque se las ingenia para hacerlo, es la primera vez que a Natalia Oreiro (43) no la corre el calendario. “A veces hay tanto barullo alrededor que es difícil, por eso trato de aprovechar estos momentos para hacer una introspección más profunda. Estoy en un momento de mi vida donde sigo trabajando mucho en busca de encontrarme, de ser feliz. Me gusta reinventarme y profundizar en mis afectos, en mis costados más oscuros y conocerme más a fondo”, asume la estelar actriz que a prueba y error –con más tiempo de lo habitual en casa– persigue a diario la mejor versión de sí misma.

“Está bueno tener una búsqueda constante y darse cuenta que de repente uno va cambiando y también sus prioridades Hay muchas cosas de las que me gustaría soltar y liberarme. Como todas las personas tengo mis dos costados, hay días que soy más crítica conmigo, que me hace trabajar y profundizar más, pero al mismo tiempo hace que no disfrute de los logros como me gustaría. Siento que voy en un buen camino y que a veces doy un volantazo y giro porque hay cosas que ya no me gustan tanto”, analiza Natalia Oreiro que tras meses de confinamiento en las afueras de Buenos Aires viajó a Uruguay con su hijo Atahualpa (8) para cumplir con su rol de conductora en “Got Talent”.

“Para mí es una sorpresa total, principalmente porque no me considero conductora, siempre que me lo habían ofrecido tuve una respuesta negativa porque considero que uno tiene que prepararse mucho. Pero cuando me lo ofreció Uruguay me sentí identificada con los participantes porque todos en algún momento quisimos que nos dieran esa oportunidad. Cuando hablé con la producción les dije que era la primera vez que iba a ser yo, porque se me muestra a mí de manera muy espontánea y natural. Si bien me lo tomo muy en serio y preparo cada gala, me dejo ser yo en mi estado más puro porque hago muchos chistes, si me equivoco me rio de mí y eso el público lo siente muy cercano”, reconoce quien a esta altura del año acumula cuatro películas en el candelero y una gira rusa con ansias de reprogramación.

“Sin dudas que este 2020 fue completamente diferente donde tenía muchos proyectos pautados que ya se están barajando para 2021. Por ejemplo, el rodaje de “Santa Evita” para Disney Fox, producida por Salma Hayek, la haremos en marzo/abril. La verdad me lo tomé con mucha conciencia, responsabilidad, paciencia y me encontré en un estado de aceptación de lo que estaba sucediendo. Con un gran sentido de agradecimiento por los privilegios que como familia tenemos porque no afecta a todos de la misma manera. Pienso que los niños son las víctimas invisibles de esta pandemia porque se hace el foco en el adulto mayor, que son los que más pueden sufrir las consecuencias de manera mortal, pero las consecuencias en los niños van a depender de las medidas que se tomen en la sociedad en el mundo entero”, sostiene Natalia Oreiro.

¿Criar a su hijo sin salir de casa fue parte del cambio más palpable?

—Para mí fue todo un desafío readaptarme como mamá incluso como educadora, porque éramos los padres quienes teníamos las consignas diarias de educación acompañar y realizar y tanto el papá como yo hemos adaptado nuestra vida en función de las necesidades de él y en lo personal debo decir que lo estoy disfrutando mucho, eso fue algo sorprendente para mí porque de alguna manera volví a mi tercer año de la escuela. Volví a la lecto-escritura, lo acompañé mucho en la gramática, en las matemáticas y tengo la bendición de que Ata es un niño que se adapta fácil a los cambios, no ha presentado dificultad para eso y le da mucha ternura que lo acompañemos y tiene más paciencia con nosotros que nosotros para con él (risas).

—¿Mudarse a un espacio verde le dio otro oxígeno durante el confinamiento?

—Sí, igual cuando me mudé de Palermo para provincia debo reconocer que me costó mucho mucho, había subestimado el tema. Yo me mudé muchísimas veces con mis padres. Y cuando me vine a vivir a la Argentina también tuve muchas. Fue recién cuando me instalé en mi casa del Pasaje Santa Rosa, en el  año 99, que encontré mi lugar en el mundo y la primera vez que tuve un sentido de pertenencia de un hogar, de una casa. Luego el barrio empezó a crecer mucho, había mucho ruido y yo al ser madre también necesitaba un espacio con más verde y en contacto con la naturaleza. Entonces tomamos la decisión de mudarnos, cuando estaba filmando 'Gilda', y me costó mucho el desarraigo. Estuve casi 6 meses o un año extrañando mucho la otra casa y debo reconocer que un poco triste también. Pero la posibilidad de tener un jardín tan grande con tantos árboles, poder tener mi huerta orgánica, mis plantas, mis flores, mi perro, mi gato es algo que agradezco todos los días. Ata se trepa a los árboles, sube, viene, corre, va con muchísima libertad.

¿La misma que le inculca en su crianza?

—Bueno, creo que uno nunca termina de aprender a ser padre, es un aprendizaje constante. Yo lo definí como tener el corazón fuera del cuerpo y es así. Porque mi corazón está afuera y estoy todo el tiempo velando por su felicidad, por su libertad, por su crecimiento. Intentando porque a veces no me sale soltar, eso también es un gran aprendizaje. Darle alas y que sea libre. Me estoy construyendo y deconstruyendo todos los días como madre. Tratando de no imitar mandatos, de reaprender lo que mis padres me enseñaron y que a mí me ha hecho la mujer que soy hoy. La Natalia de hoy, que es lo que hay. (risas)

¿Qué herramientas le dieron para convertirse en esa mujer?

—La libertad, la confianza para poder cumplir mi sueño, irme a vivir a otro país siendo tan pequeña (a los 16) y apoyarme cuando nadie en la familia se dedicaba a esto. Son cosas que me planteo todos los días con mi hijo y reconozco me entra un miedo infernal. Si dentro de 6 u 8 años mi hijo me dijera que se quiere ir a vivir a otro país yo no sé cómo lo tomaría. Intentaré ser lo suficientemente honesta y honrar mi propia historia para poder acompañarlo. Y en lo que tiene que ver con sus elecciones, dejarlo libre, dejarlo que se caiga y que ahí voy a estar yo para levantarlo y curarle las heridas pero que experimente. Tengo que reconocer que no siempre me sale. Soy una madre muy sobreprotectora y no me gusta eh. Quizá porque es único hijo y pongo toda mi energía en él y todo me da miedo. También soy consciente que las épocas mías no son las de él pero que estoy intentando criar un niño para la paz. Para que sea una persona pacífica, conciliadora, amorosa con el otro, solidaria, empática, alegre y tengo que decir que lo es. Siempre quiere hacer reír a sus compañeros y maestros, le encanta hacer chistes, es muy creativo, es ocurrente, dulce, tierno, amoroso, demostrativo. Un niño que pone en palabras sus sentimientos Me sorprende todos los días. Creo que sin dudas soy como madre lo que mis padres fueron conmigo como padres.

¿Y como hija?

—No sé qué clase de hija fui, creo que podría decir qué clase de hija soy porque uno nunca deja de ser hijo, ¿no? O quizá deja de serlo cuando se convierte en padre. Creo que de adulta soy una hija más compañera de lo que fui cuando era chica. Empecé a trabajar a los 12 y siempre fui bastante rebelde. Con los “no” de mis padres yo siempre encontraba la manera para que sean un “sí”. Los trataba de persuadir y si no conseguía su aceptación encontraba la forma igual de hacerlo. No estoy feliz con eso pero fue mi personalidad y parte también de la que tengo hoy. Pero siempre fui muy respetuosa y quise que ellos no sufrieran decisiones mías. De hecho cuando me mudé a Buenos Aires lo más doloroso fue ver sus lágrimas en la terminal del ómnibus. Y la fuerza que ellos hacían para que esas lágrimas sucedieran una vez que el micro arrancaba. Así y todo yo lo notaba. Y después acompañar a mis padres en sus gustos personales, mi madre es alguien que siempre ha amado cantar, que sus propios miedos no le han permitido hacerlo públicamente y yo siempre la acompaño y la verdad tiene una voz privilegiada. Está estudiando canto con una amiga mía, siempre fue una persona muy artística, pinta cuadros de una manera espectacular. Y mi padre siempre fue alguien muy gracioso, muy ordenando y muy práctico, Es empresario pero con mucho humor y creo que mi hijo lo heredó.

—¿Cuánto conecta con la nena que era usted a la edad que hoy tiene su hijo?

—Conecto mucho con esa niña. Y en mi documental “Nasha Natasha”, que cuenta bastante de mi infancia y mi regreso a los orígenes hago una vuelta a la casa de mi abuela Hilda y cuento lo que yo era a los 8. Muestro un galponcito de la casa, que estaba en el Cerro de Montevideo donde yo me encerraba horas a jugar y disfrazarme y jugaba que era actriz. Allí fue donde empecé a trazar mi destino, mi vocación que hoy es mi vida. Cuando regresé y me conecté con esa niña cerré los ojos y me di cuenta que no me había traicionado. Eso me dio mucha paz.

Promueve una crianza sin pantallas y al mismo tiempo está cada vez más enganchada con las redes. ¿Lo vive como una contradicción?

—Con la menor cantidad de pantallas posible en realidad. A veces es difícil sobre todo en esta situación actual. Lo que trato de promover es una vida natural, que él tenga una conexión con la naturaleza, los animales, con su propia imaginación y mundo interior, más fuerte, más profunda y de mayor duración que lo que pueda llegar a tener con lo digital. Lo hacemos desde pequeño y es algo que para él es natural, él elige eso también. Le gustan mucho las manualidades, los oficios, la carpintería, iba a un taller de carpintería, continuó con sus clases de origami de forma diaria, tiene todos los días su taller, hasta los sábados. También le gusta mucho andar a caballo y va a una fundación que rescatan caballos del maltrato animal y es muy bonito. Sin dudas la contradicción de que él me vea tan conectada también es fuerte porque es consciente y me lo dice. Me hace saber que estoy muy pegada al teléfono y un poquito me avergüenza (risas). Pero me gusta que me lo marque.

¿Su hijo le da tantas lecciones como usted a él?

—Sin dudas creo que mi hijo me da muchas más lecciones a mí que yo a él. Me sorprende todos los días y me enseña un montón.

¿En qué momento o situación cotidiana se parece más a Ricardo Mollo?

—“Ata” se parece mucho al papá, mucha gente dice que se parece a mí pero yo creo que Atahualpa es él. Camina como el padre, tiene la paciencia, cierta tranquilidad luminosa que tiene Ricardo que a mí me enamora y después tiene una parte gestual muy extrovertida y graciosa que creo la heredó de mí porque le encanta ser chistoso.

¿Es la primera vez que pasa tanto tiempo con su esposo en casa?

—La verdad es que con Ricardo pasamos mucho tiempo juntos y separados también por nuestra profesión. Ata siempre me acompaña en las giras pero Ricardo a veces no puede. Y ahora un poco también, yo tuve que venir a Uruguay, de hecho ahora estoy acá con Ata entonces tenemos lapsos de tiempo que estamos mucho y lapso un poco más separados. Al principio sí. Yo durante los primeros cuatro meses no salí de mi casa. Nada. Ni al supermercado iba. Tenemos el privilegio de tener un espacio grande, que no es algo común, y que es necesario para que cada uno tenga su espacio, su momento de reflexión, de intimidad. Él tiene su estudio, a mí me encanta la cocina así que me la paso haciendo tortas.

Contó que llegó a preparar una marquise por día… ¿Batió su propio récord?

—Bueno, me encanta la pastelería, me gusta comerla en realidad. (Se ríe) Y desde muy chiquita cuando volvía de la escuela y mi mamá trabajaba en su peluquería yo me quedaba en casa practicando tortas y postres y mi vieja me decía: “Al final me las tengo que comer yo”. Y hoy me pasa un poco eso porque la más dulcera de casa soy yo y sí, preparo marquise de chocolate, torta de mandarina, de manzana, galletitas, de todo. ¡Me encanta!

Aclaró también que para compensar arrancó con clases de gimnasia virtuales. ¿Logró mantenerlas o ya tiró la toalla?

—No, sigo haciendo tres, cuatro veces por semana con mi profe Martín Venturino. Si no fuera por él, no soy muy apasionada de la gimnasia. Sí, me gusta andar en bicicleta y todo lo que es al aire libre porque entiendo que es importante para lo saludable. Pero si es solo por la parte estética no.

¿Considera que mostrarse relajada en ese aspecto es parte de la empatía que genera con otras mujeres?

—No sé, no es una estrategia el hecho de mostrarme natural, básicamente tiene que ver con mi personalidad. Me parece que dentro de todas las mujeres conviven muchas, no somos de una sola forma y yo me represento mucho en eso. En el día a día me gusta estar descalza, sin maquillaje, con ropa cómoda, vestidos livianos, así como yo me defino, muy hippie. Y cuando hago un personaje o tengo una alfombra roja o entrega de premios soy súper detallista. De todo lo que me voy a poner, de la creación del look, me gustan mucho las tendencias pero básicamente me gusta sentirme cómoda. Y bueno, mi comodidad es muy amplia porque puedo estar subida a zapatos de 18 cm con un vestido que tenga 5 metros de cola y me siento cómoda porque estoy preparada para la ocasión. Pero en el día no puedo tener una gota de maquillaje, jamás uso rímel o base, lo único que utilizo porque estoy mucho en el exterior es bloqueador solar porque no tomo sol. Y aunque es muy importante la vitamina D, trato de tomarla en los brazos, en los pies y en las piernas pero en lo que es la cara y el pecho jamás, nunca tomé. Me cuido la piel en “Lasermed” con tratamientos no invasivos.

Lo primero que posteó en Instagram fue un video pasando la aspiradora. ¿Cuántas veces se repitió esa postal este año?

—Ese momento pasando la aspiradora fue real, yo estaba pasando en realidad la lustradora, porque había entrado mi perro que se había mojado todas las patas, y tenía el piso de madera con la cera. Había dejado todo marcado así que le puse cera y me puse a lustrar. Y en el momento me pintó… ¡Y fue una única toma! Debo de reconocer que tenía mucho prejuicio. Con un público que me es cercano y creo que también es uno el que muestra lo que tiene ganas y se muestra como es. No me imaginaba tampoco que hubiera tantas en Instagram. ¡Hay como 100 Natalia Oreiro! Pero está bien, porque está hace mucho tiempo y yo soy como muy nuevita, es lógico que algunos admiradores hayan tomado el nombre para hacer ciertos homenajes. Llevo ya tres meses y es hermoso el ida y vuelta, que me conozcan un poco más y mostrarme desde otro lugar. Encontré que había cosas de mí que no conocían y a mí me divertía mostrar, como mi amor por las plantas, las flores mi jardín, la pastelería. Una de las cosas que más me gusta hacer es cuidar el jardín y de siempre le saco fotos a las flores desde su interior, como el centro. A mí las rosas, las margaritas, la parra que tenía mi abuela en el pasillo que llevaba al galponcito al que hacía referencia antes, es algo que lo tengo muy presente. La recuerdo a ella regándola y yo jugando entre las flores y mi mamá también porque es una apasionada de las flores. Y uno hereda esas cosas, que te marcan en la infancia y te acompañan toda la vida.

Alguna vez dijo que es más fácil actuar mientras menos se sepa de la vida de uno para conservar cierto misterio. ¿Cuánto no se sabe de usted a esta altura del camino?

—Bueno, un poco lo que me pasaba con las redes era eso, que yo sentía que todo lo que tenia para decir lo decía a través de mis personajes o canciones. Y es algo que sigo sosteniendo, que cuanto menos se sepa de la vida personal es más fácil actuar. Si uno está muy expuesto y se muestra mucho en lo privado, es más difícil luego que el público compre el personaje que uno quiere que crean. Siempre digo que uno tiene que tener un equilibrio. A mí me pasa que cuando estoy en la calle que la gente me saluda como si fuera de su familia, me abrazan y me dan besos, aunque ahora se complica. Pero eso tiene que ver porque durante muchos años me metí en la casa, en la cocina y en el living de la gente. Siempre fui muy resguardada con vida personal sobre todo por el enorme respeto que le tengo a mi pareja, por el mundo sin la mirada del otro que le quiero dar a mi hijo. Para mí el tesoro más grande que uno puede tener es ser niño y anónimo. Yo trabajo desde los 12 y si bien no es algo que me ha pesado, creo que de elegir elegiría empezar de más grande. En mi perfil de Instagram son contadas las veces que publico algo de Ata y siempre con mucho cuidado. Es parte de mi vida pero trato de no exponerlo porque además él no lo puede elegir.

¿Su documental que al principio iba a ser solo un recuerdo íntimo para sus nietos el día de mañana le hizo romper esa barrera?

—Creo que en algún punto nunca fui consciente de que finalmente el documental se iba a estrenar. Y mucho menos en una plataforma tan masiva como Netflix. De hecho, pasaron tres semanas hasta que lo vi porque me costaba mucho verme desde ese lugar. Sucedió que en el último corte del documental, me lo pasaron para verlo y yo le dije a Martín Sastre, el director, que si lo veía le iba a querer cambiar muchas cosas entonces fue Ricardo quien lo vio porque le pedí. Y a él lo emocionó mucho. Uno de los puntos fuertes del documental tiene que ver con la parte privada pero no desde la exposición de la vida sino desde la historia que puede ser la historia de cualquier chica con un sueño. Y era necesaria esa vuelta al origen. En ese sentido me parece que valió la pena la pequeña exposición privada de nuestro mundo.

 

 

 

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