En una entrevista íntima con Héctor Maugeri para CARAS TV, Gladys Cabezas volvió a poner en palabras el amor y la ausencia de su hermano, José Luis Cabezas, asesinado el 25 de enero de 1997 en Pinamar. A casi tres décadas del crimen que conmovió al país, su testimonio rescata la esencia humana de quien se convirtió en un símbolo de la libertad de prensa.
Gladys recordó una de las coberturas más difíciles y conmovedoras que le tocó vivir a su hermano: el caso del soldado Omar Carrasco, un joven de 18 años asesinado en 1994 dentro de un regimiento militar de Zapala. El hecho generó un fuerte impacto social y obligó a revisar las prácticas del servicio militar obligatorio en la Argentina. “Cuando tuvo que ir a hacerle una nota a la abuela del soldado Carrasco, volvió muy triste. Le dijo a mi mamá: ‘Vieja, la abuela de este chico me hizo acordar a vos’”.
Gladys Cabezas: “José Luis participaba emocionalmente de cada historia”
Durante la charla, Maugeri recordó haber trabajado junto a José Luis en distintas coberturas. “Mientras uno hacía la nota, él escuchaba en silencio, comprendía al otro y lograba sacar lo mejor: la alegría, la tristeza, el glamour”, evocó el periodista. Gladys asintió y añadió con una sonrisa: “Bueno, los Cabezas somos cabrones”. Con humor y ternura, explicó que esa firmeza de carácter era parte de la familia. “No creemos en los grises, creemos en los blancos y en los negros. Cuando algo empieza a ponerse gris, decimos: ‘A ver, acá pasa algo. ¿Es blanco o es negro?’”.
Para ella, esa determinación también definía a su hermano, alguien que buscaba la verdad incluso en las cosas más simples. “Era un tipo muy justo”, sumó Maugeri, destacando que José Luis siempre integraba, acompañaba y defendía a los demás. Gladys coincidió: “Eso venía de mi papá. Él vino de España muerto de hambre, pero amaba profundamente a la Argentina. Decía: ‘Aunque este país me haya quitado a mi hijo, lo sigo amando’”.
Gladys Cabezas: “Le escribo cartas a mi hermano y le pido que me guíe”
El diálogo continuó con una de las confesiones más conmovedoras. Gladys contó que, todavía hoy, escribe cartas a su hermano. “Las dejo ahí, en la computadora”, dijo con dulzura. Cada texto es un puente invisible hacia José Luis, una forma de seguir conversando con él. “Le escribo lo que está pasando, cada acontecimiento importante se lo cuento”, explicó. En su casa hay dos fotos sagradas: la de su padre y la de su hermano. Cuando enfrenta una decisión o necesita fuerza, se acerca a ellas y les habla. “A veces les digo: ‘Por favor, guíenme. ¿Estoy haciendo bien? ¿Estoy haciendo mal?’”.
Para Gladys, esa rutina es una manera de mantenerlo cerca, de seguir construyendo memoria desde el amor. “A José Luis también le escribo. Le cuento lo que nos pasa y le digo: ‘Ay, hermano, guíame, por favor, papi, guíame’”. A casi treinta años del crimen, Gladys Cabezas continúa siendo el faro que mantiene viva la voz de su hermano. En cada palabra y en cada recuerdo, renueva su promesa de no olvidar: la de un fotógrafo que retrató la verdad con el corazón.
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